por Armando Añel
Puede decirse que, tras afincarse culturalmente, la Guerra de Guerrillas se institucionaliza en Cuba. Primero, fue reacción a la Metrópoli. Luego, reacción a la dictadura batistiana. Enseguida, reacción al totalitarismo comunista. En lo adelante, reacción a la economía planificada -mercado negro- y por fin, en tanto reacción tecnológica, está condicionando las relaciones de producción del ciberespacio cubano.
¿Qué caracteriza, fundamentalmente, a la Guerra de Guerrillas en el contexto nacional? Probablemente, la dispersión y el énfasis. Lo cubano es enfático y disperso. Incapaz de reunirse en torno a ocurrencias o proyectos prácticos, pone énfasis en el sentimiento y el ego individual. Así -en el caso de los exiliados y políticamente hablando-, en lugar de aprovechar los espacios de acción y conjunción facilitados por aquellas sociedades abiertas a las que han emigrado, los cubanos trasladan la Guerra de Guerrillas a suelo extranjero, aplatanándola incesantemente. Pelea de todos contra todos. Lucha de contrarios por el monopolio de la dirección del Comité. Fefa con fusil de mira telescópica acechando por la ventana, a la caza del primer ingenuo que se atreva a asomar la cabeza. “Sólo yo puedo tener ideas”, murmura Fefa, y aprieta el gatillo.
Finalmente, la Guerra de Guerrillas se ha apoderado del único espacio común habitable, o casi, al que los cubanos pueden recurrir sin tirarse, literalmente, de los pelos: el ciberespacio. La tecnología vino en auxilio de la nación para brindarle un espacio de confluencia, y la nación respondió convirtiéndolo en un circo de gladiadores. Último tramo hacia la institucionalización de la Guerra de Guerrillas. Después de ella, el diluvio.