por Jerry Haar
2009 marca el cincuenta aniversario de la revolución cubana, y el 47 de que la prohibición de comerciar con la Isla fuera implementada en Estados Unidos. Si bien continúa abierto el debate acerca de si el embargo es un anacronismo perjudicial e ineficaz o una toma de posición moralmente virtuosa que finalmente produce los resultados previstos, hay una cosa clara: quienes apuestan por el levantamiento han ido ganando fuerza, y parecen constituir la tendencia predominante actualmente. La Administración Obama busca un pretexto plausible, no importa cuán pequeño, para desmantelar gradualmente las sanciones. El levantamiento del embargo es uno de los pocos asuntos de política exterior en el que las elites empresariales y las bases de demócratas y republicanos en el Congreso parecen estar de acuerdo.
Como las fuerzas a favor y en contra siguen calentando el debate, continuarán intercambiando epítetos y afirmaciones falsas, e inyectando hipocresía a sus ataques verbales, en el futuro. A saber: “El embargo ha fallado. El régimen de Castro sigue en el poder”. Cierto. “El comercio es un privilegio, no un derecho, y los Estados Unidos han optado por una posición de principios: no comerciar con un régimen no democrático”. Cierto. “Pero Estados Unidos comercia con China y Vietnam, donde murieron 55.000 norteamericanos”. Cierto. “Si bien comerciamos e invertimos en China y Vietnam, al menos ellos han establecido medidas para liberalizar, en parte, sus economías, y responder a las necesidades de sus consumidores”. Cierto.
No obstante, el más absurdo, ingenuo y empíricamente indemostrable de los argumentos manejados en el debate, es la afirmación de que el fin de las sanciones comerciales promoverá un cambio político en Cuba. Si los embargos de Estados Unidos a Irak, Haití y Sudáfrica no trajeron la democracia a esos países, tampoco su levantamiento. Hubo factores de más fuerza, y más influyentes. El acceso a iPods, Levis, celulares Motorola, calzado Nike o computadoras portátiles Dell, no empujará a los jóvenes cubanos a tomar las calles y provocar una revolución de terciopelo (si fuera el caso, los reproductores MP3 Samsung, los móviles Blackberry, las zapatillas Adidas y los ordenadores Toshiba habrían desencadenado una revolución democrática en la Isla, ya que los países que exportan estos productos comercian con la Cuba comunista desde hace medio siglo). Por el contrario: por muy repugnante que les resulte el régimen vigente, los cubanos acatarán sus políticas, difuminando su resentimiento en la afluencia de artículos de consumo. Esta filosofía permitió en el pasado a regímenes autoritarios como el de Tito en Yugoslavia, o el de Pinochet en Chile, redirigir el resentimiento político hacia la satisfacción material.
Incluso si se levantara el embargo, ¿qué pueden permitirse el lujo de comprar los cubanos, que ganan un promedio diez dólares al mes (el precio de una caja de Montecristos)? Teniendo en cuenta esta realidad económica, la eliminación del embargo tendría más que nada un valor simbólico.
Ni siquiera se menciona en el debate sobre el levantamiento de las sanciones el tema del control de la cadena de suministro y distribución. Si se levantara el embargo mañana, los fabricantes estadounidenses y los mayoristas no podrían vender directamente a los distribuidores y tiendas minoristas de propiedad, y operadas, por los propios ciudadanos. Tío Pepe en Hialeah, Florida, ¿podría enviar compresores Diesel a su sobrino Julio en Holguín, provincia de Oriente? Olvídenlo. Toda la cadena de distribución está en manos de los militares cubanos y los servicios de inteligencia, que también controlan el 90 por ciento de las exportaciones y el 60 por ciento de la industria turística. Los almacenes Universal, Cimex, Gaviota y la industria militar, controlan las operaciones de comercio exterior, las ventas de equipos y las fábricas. En otras palabras, el levantamiento del embargo de hecho retrasaría la transición de Cuba a la democracia. El aparato militar y de seguridad, en su papel comercial, se arraigaría más como “intermediario”, se haría más rico y apoyaría con mayor tenacidad a los hermanos Castro y a sus propios representantes en el Partido Comunista de Cuba.
El embargo no es impermeable. En 2001, el Congreso autorizó la venta de alimentos y medicinas a la Isla. Las ventas agrícolas a Cuba, de maíz, trigo, arroz, carne de cerdo, pollo y leche condensada, excedieron los 800 millones de dólares el año pasado, siendo Estados Unidos la sexta fuente de importación cubana, según datos del gobierno estadounidense. Las manufacturas, servicios, energía y otros productos alimenticios, y los medicamentos, son proporcionados por otros países. Los subsidios petroleros de Venezuela, y otros tipos de asistencia, superan los once mil millones dólares, e Irán ha extendido una línea de crédito de 665 millones dólares.
Todo debate honesto sobre el embargo de Estados Unidos a Cuba debe separar los argumentos políticos de los económicos y comerciales. Vincularlos es contraproducente y socava el discurso tanto de los defensores como de los adversarios de las sanciones.
Cortesía de Latin Business Chronicle