por Ignacio T. Granados
Pareciera que el mundo y la vida están condenados a la pérdida, como algo dialéctico; porque no más algo logra imponerse y desarrollarse, ya se dirige irremisiblemente a su decadencia. No es sólo el ejemplo mismo de los procesos vitales, en que el instante de esforzada madurez concluye en la podredumbre. Es hasta la dialéctica de los procesos culturales, trabados siempre por la elefantiasis de las instituciones.
Sin embargo, también dialéctico, de lo podrido es que surge lo renovado; pero justo por el descrédito en que cae eso que se enalteció antes, y que ya en el candelero muestra sus falencias. Un profesor de filosofía, en Puerto Rico, gustaba de poner un ejemplo gracioso. Decía que la construcción de sistemas es como tender una sábana contour, siempre falla la cuarta punta, y cuando la arreglas se te salta una de las otras. Ese secreto, como el recurso de Dios, la carta que se juega maligno bajo la manga, es un objeto fascinante para cualquier indagador, y he aquí que se descubre en ese mismo descrédito de lo que surge a los flashes y las cámaras.
La virtud de la ligereza parece una grave contradicción, como esa sorprendente insoportable levedad del Ser. Pero si todo desarrollo conduce sólo a la realización, entonces lo trascendente reside precisamente en lo nimio, lo pequeño. Es ahí donde se hace importante el choteo, como el recurso no ya de Dios, sino de su imagen y reflejo; porque la única señal de decadencia está en ese encartonamiento, esa solemnidad con que se alimentan los cultos espurios. Reírse de esa absurda imagen es corroerle sus cimientos, y dar paso a la novedad; el renuevo llega pisoteando los escombros donde nace, es inevitable, y se conforma sintetizando el humus que lo precedió.
La carcajada es lo que nos defiende contra la estafa, como el bienestar es la medida de nuestra corrección; quien teme al choteo huye de sí mismo, pero ese es su problema, rabioso de no poder vendernos su mediocridad. Incluso respecto a Cuba y lo cubano, si el choteo es ya un fenómeno típico y endémico, puede ser porque la estafa es también una práctica habitual y común, de la que hay que defenderse. Debería responderse siempre con un axioma típico de New Songo Northem: It’s nothing personal, is only the business.