google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Cumberland o Nuevo Tlön (II y final)

domingo, 27 de septiembre de 2009

Cumberland o Nuevo Tlön (II y final)

por Ignacio T. Granados

Reconocer en algo o en alguien a un enemigo es un hecho profundo, como casarse o nacer, porque, probablemente, un enemigo hable de uno mejor que los propios amigos. La fidelidad que debemos a nuestros enemigos no está basada en experiencias o recuerdos felices; no por gusto, hasta los Evangelios reconocen que amar a quien te ama es muy fácil; y la compleja poética de Lezama advertía, como el Jesús de los Evangelios, optar siempre por lo más difícil.

No por gusto tampoco, según cierta teología católica —es cierto que ésta ya no es colegiada—, a Dios es imposible ofenderlo, porque eso implicaría una imposible igualdad. Más bien se ofende a la comunidad, que es sobre la que cae la gracia, y de la que uno se distancia con la ofensa. El Hecho Thamacun, como Tlön, es un abalorio castalio (Hesse) y no tiene rival posible; si acaso, unos aspirantes al cargo de enemigo, cuya única victoria es que se le reconozca igualdad con la respuesta. Desconocer al enemigo puede ser un acto de pureza tan grande que parece soberbia, pero no es generoso nunca, porque lo lastima en ese orgullo con que pretende ofendernos pero muere en el ninguneo.

La policía, toda policía, es un elemento necesario pero sucio, porque se trata de gente cuya vocación está en la vigilancia del comportamiento ajeno, no importan ni el fin ni los medios. Habrá que recordar esa superioridad con que a La Habana, esa condición de gracia, hay que importarle policías desde el envidioso Oriente. Sería por eso que lo mejor de Cumberland es la indiferencia ante la grosería del aspirante a enemigo, porque éste ya gana con sólo que nos fijemos en él y le demos ese reconocimiento, accediendo a un matrimonio infeliz.

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