por Ignacio T. Granados
Entre las virtudes de la Vanguardia, a principios del siglo XX, estuvo la propiciación del hecho Alfred Jarry, esto es, la postulación de un espacio de libertad en la creación, capaz de renovarse continuamente. La exaltación de esa Vanguardia al panteón de los clásicos fue la mejor defensa del convencionalismo político contra la estética, pues hay que reconocer que dicha Vanguardia tenía un fuerte valor político, y una beligerancia muy efectiva con la sola existencia de ese espacio de libertad. Su reconocimiento oficial como un fenómeno ya clásico, entonces, fue la mutilación de su espíritu (el Elán) vivificador. Después de todo, Alma viene de ánima, y se trata del secreto pálpito que hace de toda estructura un organismo vivo.
No obstante, como la libertad es una condición irreprensible, volvió a ocurrir, y nuevamente en la estética. En La isla que se repite, Benítez Rojo ahonda en esa vocación insular de los rebeldes que, reproduciendo sus palenques de modo continuo, saltaron a ciudadelas cerradas y absolutamente libres. El palacio del pavo real, Macondo, Nueva Venecia, Santa Mónica de los venados, y muchas otras, como ahora Thamacun. Con la salvedad de que esta de ahora, afincada en una tradición más palpable, siquiera en el mito, y no únicamente en la ficción, es una suerte de Nueva Atlántida. Esa es la equivalencia de Thamacun con la Patafísica de Jarry, que aún tiene propiciadores, como sucesivas encarnaciones del Rey Profesor Ubus.
Después de todo, el cubano que más habló de insularidad (Lezama Lima) también contrapuso la dulce receptividad de la Matria a la agresividad masculina de la Patria. Es el contrapunteo entre la maldición del padre muerto, administrada sabiamente por la madre viva, que protege a su hijo en formación (Cemí). Esa Matria es el reducto que la imaginación ofrece como libertad y que es individual e intransferible, como el conocimiento. Por eso podemos hablar de Cuba, pero en realidad extrañamos cosas escogidas en nuestra experiencia —la ciudad, algunos amigos, algunas cosas que hicimos o nos hicieron— y no la realidad histórica propiamente dicha.