por José Vilasuso
Los siniestros de Globovisión y El Heraldo de Honduras pueden analizarse, sin embargo, desde una perspectiva más amplia y arrastrando secuelas desconocidas. Los gobiernos, partidos, tendencias o enlaces internacionales que respaldan a Mel Zelaya son insinuantes, influyentes, causantes, cómplices, o cómplices sin desearlo, de ambos atentados a la libertad de expresión. Sin excluir contraluces.
Hoy son El Heraldo y Globovisión. Ayer fue un enjambre de emisoras radiales venezolanas. Y la redada había comenzado mucho antes del estallido sobre Radio Caracas TV, desde que el coronel Hugo Chávez Frías asumió tácticas insinuantes primero, y desafiantes luego, contra cualquier medio no adicto a sus dictados.
Pero retornamos al punto de partida y la naturaleza profunda de la controversia. El pensamiento. Factor saludable y de desear, por cierto. Tras el atentado, El Heraldo tampoco silenciará a sus colaboradores partidarios de Zelaya. Hacen bien unos y otros. La miseria de los acusadores foráneos contra la memoria de Lempira y José Cecilio del Valle se cuece en el ejercicio pleno de la libertad de expresión. Déjenlos hablar, escribir, gritar a voz en cuello y sus palabras los retratarán con insuperable fidelidad.
Se desemboca en la verdadera cuestión cuando nos percatamos del vacío insondable que arropa a los desafiantes con la tea incendiaria en vilo. Están en su juego ideológico y oficioso y, por tanto, proceden empleando el instrumental inseparable de su alineación política (progresista, de izquierda, revolucionaria… ¿qué más?). Comienzan por atisbos y azuzamientos -ahí aplican clandestinamente la fogata-, luego prosiguen con subterfugios y pretextos, y terminan implantado la mordaza plena. Meta que poco falta para alcanzar en la Venezuela “bolivariana”. Pero caramba, ¿en Honduras? ¿Dónde ni siquiera tienen el poder? Ya perpetran el mismo acto terrorista: se anticipan.
El colofón está a mitad de camino. Medio siglo de revolución socialista marca una patente para perpetrar esa supresión del derecho fundamental de la especie a exponer su pensamiento. Una visita a Cuba revolucionaria mostrará la verdadera faz de una sociedad totalitaria, donde generaciones enteras desconocen una simple declaración por cuenta propia. Allá, en la isla, se comenzó al mismo compás de la Venezuela actual. Coaccionaron, golpearon y forzaron al destierro a todo el que sabía usar correctamente una pluma. Luego todos los medios pasaron al gobierno, el único que al cabo de medio siglo tiene derecho a opinar y ofrecer noticias.
Acá, en el exterior, pretenden acallar toda publicación libre para en su lugar y en su día procrear libelos del corte de Granma. Pero la madera del periodista probo no se amedrenta por apabullantes que sean los medios empleados para silenciarlo. Ni le impresionan gobiernos legítimos y poderosos, ni bloqueos comerciales donde pagan los pueblos. El deber refuerza y la nobleza obliga. El Heraldo añade méritos y prestigio luego del atentado. Se ha tocado un punto delicado que incluye otra dosis de justa queja ante la conducta de Mel Zelaya. ¿Sabía del plan? Porque de lo contrario, una vez más, refulge la pregunta: ¿Dónde está su liderato?