por Roberto Lozano
En realidad, ninguno de los experimentos que se hicieron en nombre del “socialismo” ha dejado de operar con los elementos constituyentes esenciales del capitalismo, como el trabajo asalariado, las relaciones monetarias, el intercambio mercantil y la economía mundial. En realidad, la diferenciación de estos experimentos con respecto al capitalismo de libre empresa es de grado, no de esencia, ya que cada uno de ellos realizó dos sustituciones: la del empresario privado por el Estado y la del mecanismo de precios del mercado por la planificación directa o indicativa, pero manteniendo el resto del andamiaje capitalista en pie.
En otras palabras: Los experimentos sociales denominados como “socialismo” no fueron o son otra cosa que diferentes variantes de capitalismo.
No se puede entender lo que es el socialismo sin separar la retórica de la ejecución y la aspiración genuina de justicia social de su uso para la manipulación de masas. Una cosa es el socialismo como partido político, como promesa de distribución equitativa del ingreso y como moderación a la inequidad natural del capitalismo, tal y como se practica en Occidente dentro de los marcos de la democracia, y otra el socialismo como ideología de odio y de conflicto entre clases, como triquiñuela para engañar incautos, como instrumento para manipular a unas masas políticamente ignorantes y deseosas de cambio, como táctica para acceder al poder con cantos de sirena de justicia social, y como canalización de la envidia de los desposeídos, tal y como se practica por los sátrapas del Tercer Mundo para perpetuarse en el poder.
Sobre lo que no debe haber ninguna duda es que como sistema real el socialismo es inexistente.