El acto de pedir libertad para Pánfilo debería ser algo tan espontáneo y natural -para un cubano exiliado, se entiende- como beber agua potable. Pánfilo, además, tiene tirón mediático, y claro, también funciona como representación de la Cuba más paupérrima y desfavorecida, del pueblo llano. Tal vez por eso, a nivel simbólico, resulte reivindicativa su figura.
Lo que no se entiende es por qué tanta complicación a la hora de apoyar una campaña que pide libertad para un hombre injustamente condenado –un hombre que puede ser cualquiera, un familiar nuestro, un conocido, un amigo…-, como no deja de asombrarnos la energía de quienes condenan a un canal de televisión por haber cubierto, y vuelto a cubrir, lo que ya era un fenómeno noticioso, amén de una realidad aplastante. Puede que el tercer vídeo haya sido excesivo, o hasta interesada su filmación, pero esa es una cuestión al margen. En todas las sociedades abiertas, en todas las épocas, la prensa ha perseguido por todos los medios a su alcance la popularidad y los ratings, forma parte de su naturaleza.
El hecho de que a estas alturas todavía estemos cargando las tintas sobre la conveniencia o no de que el Canal 41 de Miami haya pasado ese tercer vídeo, o incluso de que hubiera pasado el primero, evidencia –es nuestra respetuosa opinión- la inmadurez política, sobre todo cultural, de la nación cubana. ¿Va a ser que Oscar Haza, o los productores del canal miamense, tienen la culpa de que Pánfilo esté tras las rejas? Sonaría risible si no fuera porque no pocos cubanos, adultos y respetables, así lo creen, y hasta persiguen fervorosamente ese hilo conductor. Nos enredamos en nimiedades incesantemente, cuando lo concreto y objetivo en toda esta historia es que hay un ser humano preso por pedir comida, que hay un régimen que apresa a la gente por pedir comida, por buscar comida. ¿Hay que pasar cinco años de universidad para entender algo tan elemental, y condenarlo?