por José Luis Sito
Al igual que los demás dictadores, cuando Fidel Castro habla, o escribe, no lo hace para decorar el discurso. Lo hace para declarar fríamente sus intenciones y sus próximas acciones. Cuando un dictador habla, hay que tomárselo en serio.
El dictador cubano, en un discurso del 6 de enero de 1959, gritaba, sin ningún remordimiento de conciencia, lo que era su “filosofía”: “La verdad es que no sé si todos pensaremos igual, yo tengo mi filosofía: esa gente muerta, pues murieron; esa gente viva, sufre más. Vivos, huyendo, sin patria, perseguidos por el odio del pueblo, el desprecio de la ciudadanía que se les tiene que estar clavando sobre sus conciencias oscurecidas, y, sobre todo, un sufrimiento mayor, el sufrimiento de ver a nuestro pueblo libre. No podrá haber para los que escaparon de una forma tan deshonrosa peor castigo”.
La “filosofía” del dictador no hace falta buscarla en lugares recónditos, basta con escuchar y leer lo que dijo. Pero debemos leer esos discursos sin olvidar que el tirano vive en la simulación, el engaño y la mentira. Cuando dice “perseguidos por el odio del pueblo”, hay que entender por su odio. Cuando grita “el sufrimiento de ver a nuestro pueblo libre”, está hablando del sufrimiento de ver al pueblo bajo su tiranía.
Desterrar, expulsar, deportar de la Isla, fue uno de sus mayores crímenes. Lo es todavía. Han sido centenares de miles de cubanos los que han sufrido su odio y su espíritu de venganza. Quizás uno de sus mayores placeres habrá sido ese, el de privar a un ser humano de su tierra, de su familia, de sus orígenes. Y para volver ese destierro aún más cruel inventó la humillación y la violencia del acto de repudio. La víctima sufre un doble castigo, y durante toda su vida: el suyo y el de los suyos. Es cierto que no puede haber “peor castigo”. Para el dictador, el destierro de sus llamados enemigos es un placer y una fuente de regocijo, el gozo de poder verlos sufrir en vida. Es la definición de una tortura.
Pero podemos devolverle el sufrimiento viviendo una vida plena, alegre y feliz fuera de Cuba, alejada de todo lo que él representa: el odio y el resentimiento.