por Denis FortúnCabrera discutía con el pasajero. A pesar de hacerlo en inglés, no conseguía esconder sus “modales habaneros”, lo que irritaba más al sujeto por el uso, y abuso, de esa gestualidad con marcado histrionismo que nos identifica del resto de los hispanos que viven en Miami, y que a muchos les molesta. El individuo, borracho, se negaba a retirar su equipaje y le gritaba a Cabrera que tenían que transferírselos. No por gusto, repetía una y otra vez, él había pagado un ticket en primera clase, para que ahora lo viniesen a obligar a que los recogiera. Los ánimos se caldeaban, hasta que por fin los oficiales de Aduana intervinieron. Lo que no hizo que el tipo se llevase sus maletas.
Sin embargo, antes de que sacaran al hombre del área, Cabrera logró arrebatarle uno de los comprobantes y anotó su nombre y número de tag. Yo no pude menos que reírme. Sabía lo que preparaba mi colega.
-¿Para dónde se las piensas mandar? –le pregunté.
-Este cabrón -me contestó aún disgustado- está conectando a Londres con British Airways. Pues le mando las maletas a Santiago de Chile con LAN. Nunca más las va a encontrar el muy cabrón, y si lo hace, le van a demorar lo suficiente como para que no se olvide de mí cada vez que prepare un bulto.
Dos horas después, Cabrera y yo fuimos a tomarnos un café a La Carreta, y para sorpresa nuestra nos tropezamos con el incómodo pasajero, esta vez sedado, casi sobrio, muy dispuesto a disculparse con nosotros. Sus planes cambiaban drásticamente. En vez de irse a Europa, debido a una terrible noticia tenía que reunirse urgentemente con su mujer en Chile. A la pregunta de cómo podía el tipo recuperar sus valijas, no pude menos que soltar una carcajada y decirle a mi compañero: “Eres grande Cabrerita, muy grande…”.
De la serie Crónicas del Aeropuerto
