google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Denis Fortún
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jueves, 14 de octubre de 2010

Denis Fortún: La presentación

El Moderador invita al numeroso público que se encuentra en la sala a que ocupe de una buena vez las sillas. La presentación comenzará en breves segundos. El Presentador se sienta a la izquierda del Moderador, y a la derecha de éste lo hace el Autor. Después de ponerse los espejuelos con sobrada lentitud, rasgar la garganta, beber un sorbo de agua, finalmente el Presentador saca de uno de los bolsillos traseros de su gastado jeans unas cuartillas arrugadas, las abre y, luego de aparentar revisarlas una vez más, se dispone a leerlas. Todos prestan una atención poco usual.

“El libro que nos ocupa hoy y que lamentablemente he de prologar, puede definirse a grosso modo como la insana obsesión de su autor por nada más saberse, confirmarse otra vez, para tristeza nuestra, como un personaje édito. Además, únicamente lo hace por la intención de presumir entre los del gremio de que ya tiene cuatro libros publicados, los que, a pesar de no guardar aparente relación entre ellos, cuentan con el común denominador de que todos resultan imposibles de leer y sólo contribuyen a la polución de las letras.

“El ego de este pseudo-intelectual, al que tengo el desagradable privilegio de desenmascarar frente a ustedes, enfermo como está, precisa del grafema impreso para sentirse realizado. Sin importarle costos, ha pagado para que salga a la luz este lamentable bodrio bajo el sello de una editorial inescrupulosa que se aprovecha de incautos a los que debería prohibírsele el uso de ordenadores, papeles, bolígrafos, hasta cartuchos, con tal de que no se atreviesen a escribir algo que ellos, practicando el mayor irrespeto que se haya tenido nunca con la cultura en general, llaman literatura.

“Sin embargo, ruego a los presentes que si les sobra dinero, si tienen suficiente mal gusto para leerse el mejunje que me ocupa, si realmente no se respetan a sí mismos e igual tienen problemas de autoestima y gustan también del sadomasoquismo en la composición, compren esta suerte de comistrajo literario. Eso sí, por amor al prójimo quémenlo al terminar de leerlo (si es que alguien puede concluir apenas una ojeada). Jamás cometan el acto sacrílego de recomendárselo a alguien, y mucho menos prestarlo. Aquellos que gustan del retorcido oficio de reseñar con alabanzas, por favor, silencio”.

El Moderador, con toda la solemnidad que requería el momento, reconoció las palabras del Presentador y, seguidamente, propuso al Autor que leyese uno de los textos del cuaderno de marras. Tras mostrar el agradecimiento que merecían las palabras del Presentador –tras decirle a éste que su resentimiento y frustración eran de tal magnitud que lo habían empujado a asegurar que su obra era una mierda--, el Autor leyó un extenso poema en prosa, lo que le permitió al público salir para tomar unas copas de vino y socializar un poco, en lo que hablaban horrores de su persona. Cuando el Moderador anunció a los escasos asistentes que aún se mantenían sentados, más por disciplina que por disfrute, que la lectura había concluido y que los que lo desearan podían hacer preguntas, la sala volvió a repletarse y hasta los hubo que comenzaron a tomar fotografías y filmar videos.

Horas más tarde, Moderador y Presentador, encerrados en una pequeña oficina, contaron las jugosas ganancias obtenidas por la venta del libro. Mientras el Autor continuaba quejándose de un fuerte dolor en la muñeca a causa de los tantos ejemplares que se había visto obligado a firmar.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La salsa de la nostalgia

por Denis Fortún

“Nada como la Vita Nouva”, aseguraba un tanto nostálgico un anónimo en Cuba Inglesa, y es cierto. Para muchos de nosotros no existe sabor igual al de esa salsa criolla. Es por eso que una buena cantidad de cubanos que llegan por el aeropuerto de Miami, previo encargo, la traen como si se tratara de un tesoro. Los hay a los que, incluso, la familia los espera para después de llegar a la casa, por lo general en Hialeah, y en medio de una celebración de bienvenida que dura bien poco, cocinar unos espaguetis que desde luego irán acompañados de un “barbiquiú” con churrasco y chimichurri, y por supuesto, la fría Heineken.


Lamentablemente, no son todos los que consiguen pasar la salsa del otro lado de la Aduana. A la mayoría les quitan las laticas cuando, a través de la máquina de Rayos X, las descubren dentro de las maletas. Sin embargo, la Vita Nouva, aunque ocupa los primeros lugares de preferencia en la ilegal y sigilosa importación que a diario pretendemos, no es el único producto que nos acarreamos los cubanos. Se le suman el tabaco, los cigarros, el aguacate de manteca, algún que otro mango criollo, la mermelada de guayaba, el tamal con carne de puerco, el turrón de maní y el ron Havana Club; además de artesanías, libros y discos --piratas o auténticos-- con música y películas cubanas.

Lo curioso es que la preferencia no se limita únicamente a estos “rubros”. La colonia “Bebito” también se ha agenciado un sitio preponderante en la lista de productos provenientes de Cuba. Aunque, al igual que los artículos mencionados antes, corre casi siempre la misma suerte: el decomiso.

Pero vuelvo al inicio: nada como la Vita Nouva para representar esa peculiar nostalgia. Una suerte de melancolía delirante que a unos puede parecer enfermiza y a otros no, por lo que la disfrutan. Ambas aproximaciones merecen respeto.

jueves, 16 de septiembre de 2010

La suerte del que se va temprano

por Denis Fortún

--La otra noche tuviste suerte… --me dijo Román sonriendo con malicia. Luego, sin darme tiempo a averiguar el por qué de mi supuesta buena estrella, el joven agregó con cara de agotamiento y resignación:

--Tengo un sueño tremendo. Nos fuimos casi a las cuatro de la mañana por lo de la bomba. La que se armó fue del carajo…

Intrigado, sin saber de qué se trataba, le pregunté:

--¿De qué bomba me hablas?

--¡Ah! ¿Pero tú no sabes nada? --contestó sorprendido-- ¡Coño! ¿No has visto los noticieros…?

Negué con la cabeza. Para qué explicarle que odio la televisión de Miami y que, además, cuando llego a la casa temprano me dedico a cosas mucho más placenteras que las noticias. Fue entonces que Román asumió la pose de alguien que va a relatar una historia increíble, y después de una pausa, que aprovechó para ajustarse los pantalones, me dijo con extrema solemnidad y en voz baja:

--Muchacho, ayer no pasaron ni veinte minutos de tú haberte ido cuando uno de la TSA salió gritando “alarma” y aseguró que había una bomba dentro del equipaje. Ya te puedes imaginar. En minutos vino el escuadrón, la policía, los perros, los bomberos, y se puso esto caliente, como en las películas. Cerraron varias terminales; el aeropuerto casi que se “frizó”; evacuaron a los pasajeros que estaban en la aduana de la E sin sus bultos y tarequeras, que no se pudieron sacar hasta el viernes por la mañana. Todo el mundo se cagó con la noticia y no sabíamos qué hacer. Al final nos mandaron a salir y no sé en qué paró la cosa. Luego de cuarenta y cinco minutos nos pidieron que regresáramos para quedarnos hasta tarde y reiniciar la operación; sin embargo, fue por gusto y nos pasamos la madrugada comiendo mierda. Se rumora que un tipo que viajaba con conexión desde Europa, y creo que con destino al Caribe, dejó la maleta y se fue. Yo pienso que rodarán cabezas en la Aduana. ¿Cómo fue que no lo detectaron antes? ¡Cojones! Si llegas a irte media hora más tarde te habrías tropezado con la maleta. El tipo la dejó en el punto de chequeo en que tú estabas…

El domingo, como de costumbre, compré el Nuevo Herald. En primera plana salía la información de que Thomas C. Butler, recorriendo un largo periplo, pasó por Miami con destino a Puerto Rico. El prestigioso y controvertido científico, especialista en enfermedades infecciosas, y quien fue acusado en 2003 de estafar a su empleador, la Universidad de Texas Tech., traía un contenedor metálico que podía ser una bomba casera, pero que después de crearse el pánico se comprobó no presentaba evidencias de peligro alguno, por lo que la fiscalía no presentó cargos. La susodicha bomba de la que me hablaba Román, gracias a Dios no era tal. Sin embargo, desde ese día todos, cada vez que vemos una maleta abandonada, nos alejamos de ella.

Nota: con este post cierro la serie “Crónicas del Aeropuerto”. Quiero agradecer a Armando Añel, a Cuba Inglesa y a aquellos que comentaron en cada entrada. Saludos a todos y de nuevo, gracias. Por supuesto, seguiremos colaborando con CI Group.

lunes, 2 de agosto de 2010

Negros para el mundo

por Denis Fortún

Confieso que no pensaba escribir esta crónica. Sin embargo, luego de leer el post Cubanos negros, cubanos blancos, creo que vale la pena contar lo que piensan otros sobre nuestra composición racial.

El hecho es que la semana pasada me avisan, en el aeropuerto, que debía escoltar a un pasajero conectando a otra ciudad, y que por desconocimiento no recogió sus maletas, asumiendo que éstas iban a ser transferidas. Cuando llego al lugar donde me esperaba, me encuentro a una mujer de baja estatura, delgada, de más de cincuenta años, asiática, rogándome en inglés que la disculpara por causarme tantas molestias. Le pido su pasaporte y veo que se trata de una surcoreana. Verifico de qué país viene, y con la mayor cortesía le ordeno que me acompañe hasta el carrusel en el que deben estar sus equipajes y que, por favor, no se preocupe por las “molestias”. Antes de pasar a Aduanas, uno de los jodedores que trabaja conmigo me comenta en español que la señora se le parecía a la abuela de Jackie Chan. Miro a la mujer con detenimiento y sonrío.

Ya dentro del área de seguridad, la señora se interesa en saber si hablo castellano, y de qué nacionalidad soy. Le respondo que sí, y que soy de Cuba. Ella, sorprendida, me asegura que no puede ser: Los cubanos son negros. Me río de nuevo y le aclaro que está en un error. Le explico que entre nosotros hay de todo, incluso chinos, pero que el grupo racial mayoritario en la Isla, aunque por estrecho margen, es el de los blancos. La coreana niega con la cabeza y vuelve a insistir en nuestra negritud. Serio, le pregunto con cierto tono de reproche si ella tiene algo en contra de los negros. La pobre mujer, muy apenada, casi me jura que no. A partir de ese momento no abre más la boca.

Recogimos sus maletas y finalmente, tras terminar el proceso de chequeo en Aduanas, nos despedimos cordialmente. Cuando voy a darle la espalda, escucho que la mujer me dice en español, con ese acento tan típico de los asiáticos:

-Señol, yo no tenel nada en contra de neglos. Pero no gustalme mentiras… Cubanos todos pletos. Yo sabel.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

lunes, 31 de mayo de 2010

Cumberland, la isla que pudimos ser

por Denis Fortún

En tiempos en que el tiempo apenas si alcanza, encontrarse un libro cuya lectura fluya de manera rápida es un aliciente, que además ha de agradecerse. Esto lo consigue Erótica, novela de Armando Añel, publicada recién en Miami bajo el sello de Letra de Molde Ediciones.

Leo en Ciudad Sucia (Dirty City) que Ignacio Granados asegura, con razón, que la novela de Añel rompe el maldito hechizo de la banalidad en el realismo de la literatura cubana. Yo diría mejor que Erótica se escapa de una constante que ha de seguir viéndose, lamentablemente, en las letras criollas, y sin importar orillas. Entre otras cosas porque este libro es ajeno a la pretensión de cubanizar o volver local lo que nos cuenta, y sobre todo, por mostrarnos con simplicidad nuestros defectos, al hablarnos sobre un estilo de vida y pensamiento que bien pudo ser nuestro, y que dejamos escapar por ese chauvinismo enfermizo que a toda hora nos asiste a los cubanos.

Compuesta por crónicas paralelas que a su vez confluyen, Erótica nos narra la vida en Cumberland, la tierra lo mismo de Alicia y su conejo, la que bien puede considerarse el islote soñado. Allí, donde se sabe con absoluta certeza que “el nacionalismo es letal en cualquiera de sus variantes”, los problemas verdaderamente serios se resuelven de manera que mejoren lo vivido diariamente y sin pretensiones de trascendencia o posturas épicas, con la ayuda del Consejo de los Consejos y la sabiduría de próceres tales como Meneito, “arquitectura galopante”, eternizada; Victoria de las Flores, cantinera del restaurante “Apetitos Perpetuos”, creadora del “Trago” (a la izquierda, en la imagen); Barnes Talavera, quien descubrió cómo le entra el agua al coco y aseguró, además, que “el amor es flujo de información”; Emenegildo Evans, respetado entre los respetados, autor de Biografía de un espermatozoide; o Kanú Sisborne, inventor del “chaleco de castidad”, instrumento que fue utilizado por El Innombrable para protegerse de cualquier ataque que llegase por su retaguardia durante sus cincuenta años en el poder, en la otra Isla.

Esos son los héroes que habitaron Thamacun hasta que éste desapareciera en 1960, víctima de la estrategia castrista de tierra arrasada. Luego, el islote resurge de manera virtual en la Red, como El Hecho. Padre de la reformulación de la autoestima y la desmitificación, El Hecho se traduce en un nuevo concepto de heroicidad -esa gedeonada actitud que tanto daño nos ha provocado—; sus intérpretes se preocuparon por legislar leyes tan necesarias y adelantadas como permitir que el pollo se pueda comer con la mano y podamos, después, chuparnos los dedos.

Por otra parte, están las pesquisas de una pareja que sigue a diario a personajes reales dentro de esa virtualidad que ahora vive Playa Hedónica, una blogoisla donde los hay que se apoyan, otros se odian y una buena parte se hace literalmente trizas. Playa Hedónica, como bien dice Granados en su reseña sobre esta excelente novela corta, recrea las pasiones --bajas y altas— que han recorrido la blogósfera criolla en forma de “conjura de los necios”; un ultranacionalismo puntoCON que nos marca la piel --ese lienzo perpetuo que a veces cuidamos poco— muy desfavorablemente.

Erótica, libro de buen diseño, con una ilustración que atrapa y sugiere, se diferencia, y para bien, de lo que ha hecho hasta ahora la literatura cubana contemporánea. Entonces, a comprarla. Leerla vale la pena.

jueves, 4 de marzo de 2010

A la espera del hijo

por Denis Fortún

--¡Oiga, señor…!

Cabrerita me indica con un ligero movimiento de cabeza a una mujer que está gritando a través de una pequeña abertura en el cristal, a la salida de aduanas, en la Terminal E. Sonriendo me le acerco, y del otro lado, por la misma abertura, le pido amablemente que me cuente lo que le sucede, por qué está vociferando de esa forma.

--Ay, señor… es que no sé lo que pasa con mi hijo. Llevo horas esperando a que salga y no lo veo.

--¿Viene de Cuba? --le pregunto sabiendo de antemano la respuesta.

--¡Sí!- me contesta entusiasmada, y luego agrega:-- Y para quedarse. Nosotros lo reclamamos… --y me señala a un señor, evidentemente disgustado, que supongo es el esposo.

--Mire, señora --le explico--, el trámite de inmigración, además de riguroso, toma mucho tiempo. No importa de dónde venga. Puede durar hasta siete horas, más cuando su hijo llega para establecerse definitivamente.

--Ay, señor… --me dice desconsolada--, nosotros ya llevamos en esto más de cinco horas… ¿Verdad, viejo?

El “viejo” no articula palabra. Me mira como si les estuviese mintiendo. La señora vuelve a preguntarme:

--¿Y por qué pasa eso?

Apenas si consigo aclarar sus dudas: El “viejo” me interrumpe, gritando casi, en lo que agarra a su mujer por el brazo para separarla del cristal.

--¡Chica, eso pasa donde quiera que vayamos! Siempre estamos jodíos, y nos tratan como a perros…

De la serie Crónicas del Aeropuerto

viernes, 22 de enero de 2010

Denis Fortún: Falling Down

La pretensión que un revólver
haga reír a la sangre
le está costando al Nautilus
ahogarse en mi bañadera
(ya le dieron la noticia al pensador de Rodin;
el pobre, sigue ocupado por no encontrar la respuesta).
El pájaro no regresa
con la arena prometida;
está encaneciendo el pubis del aya de la francesa.
¿Y los zapatos?
¡Oh loca! Se van transformando en balsas
y las balsas se hacen peces
que pretenden las maniobras de un caballito de mar
ausente de mi montura;
la mariposa ha mentido, tu vida se hizo pecera.
Los fantasmas nos anuncian
que se ha matado la muerte
va
cayendo
el
halcón
negro
y una inválida
paloma
en Somalia
venden balas,
cuatro pesos la docena.
A tanta caída larga
sobra pavimento roto;
pero hay desplomes hacia arriba
y la gravedad no protesta.
Perdón
del tiempo se trata
la pretensión presupone
el acto pide estrategias.

viernes, 15 de enero de 2010

Flight AA 1908: Despegando de Haití

por Denis Fortún

El piloto aún está en shock, mientras cuenta a un grupo de oficiales de Inmigración y funcionarios del aeropuerto de Miami lo sucedido.

En el primer temblor, la torre de control se viene abajo y se pierde la comunicación. La nave se mueve, salta. Todos están aterrados. El piloto llama por celular al Head Quater de American en Dallas Fort Worth: es la única forma que existe en ese momento para hablar y recibir instrucciones. La orden que le dan es precisa: “¡Tienes que irte cuanto antes, viene un segundo sismo y será mucho más fuerte!”. El piloto responde que quedan demasiados pasajeros por abordar, apenas son cuarenta y nueve los que están dentro del AA 1908. Dallas se mantiene firme, hay que moverse rápido, sin titubeos. Si continúan en tierra, se parte el avión en dos. “¡Tú eres responsable sólo por los que están a bordo!”.

Más de doscientas personas esperan en el puente de abordaje. El piloto y las aeromozas obedecen finalmente y empiezan la maniobra de despegue. Algunos, al descubrir que están cerrando la puerta del puente, logran escaparse del chequeo y consiguen llegar al avión. Golpean, gritan, exigen, suplican…

Desde el aire, se ve el segundo temblor, más fuerte, tal y como pronosticaron. Los pasajeros del 1908 se levantan de sus asientos, piden desconsoladamente regresar para recoger a los suyos, lloran. Muy poco puede hacerse para calmarlos. En Miami, igualmente, hay pánico. Los haitianos de aquí tratan de hacer contacto con sus familiares. No lo logran, es demasiado tarde.

Más de doscientas maletas se despachan en la aduana del Miami International Airport, sin que sus dueños las reclamen. Muchos no lo harán jamás.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

Lamento de una haitiana

por Denis Fortún

La Mama al verme comenzó a llorar y balbuceó algo en creole que no pude entender. Dejó su carrito de limpieza a un lado y me abrazó con fuerza. Sentí como su pesado cuerpo, macizo, se desplomaba. Hice un esfuerzo enorme para no dejar que cayese al piso, de rodillas. Cabrerita vino a ayudarme y entre los dos levantamos a la buena mujer y la sentamos en un banco.

Más calmada, me contó en español que aquello es terrible, que su familia se quedó sin lo poco que tenían, que Port a Prince está desbastado.

Por suerte, La Mama no lamenta que un familiar cercano esté todavía enterrado bajo los escombros. Sin embargo, sufre y le duele lo mismo que otros que conozco que sí perdieron, además de sus casas, a padres, hermanos, amigos…

De la serie Crónicas del Aeropuerto

martes, 29 de diciembre de 2009

¿Lobo con piel de cordero?

por Denis Fortún

- ¿Sabes quién es el señor que hablaba contigo? –me preguntó Ricardo, un hondureño que trabaja en Aduanas.

- No –respondí secamente.

- Pues nada menos que el señor Lobo, el nuevo presidente de mi país --me aclaró con orgullo—. Dicen que el hombre se graduó aquí, en la UM. Hay quienes aseguran que también estudió en Rusia. Algunos allá, por eso, lo llaman “lobo con piel de cordero”.

- En ese caso --le dije sonriéndome—, es bueno que ustedes no boten a la basura el pijama presidencial. Nunca se sabe.

Ricardo, asintiendo, se río lo mismo, y continuó su trabajo.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

sábado, 19 de diciembre de 2009

Compañía cubana en Estados Unidos

por Denis Fortún

Las dos mujeres conversaban a unos tres o cuatros metros de donde yo estaba fumándome mi tabaco del lunch. A pesar de que a veces lo hacían en inglés, su plática básicamente era en español, lo que delataba su procedencia centroamericana. Se quejaban de los cambios hechos por la compañía en la que trabajamos, luego de que American Airlines se mudase de concourse.

-¡Es terrible!- comentaba la más gorda-. Las distancias ahora son mucho mayores.

-Imagináte -le respondió la otra-. Uno recoge a un pasajero en la J y cuando por fin entregas el infeliz a sus familiares, has de ir hasta el otro extremo del aeropuerto para ponchar la salida.

-Eso sin mencionar las vueltas que tienes que dar, pues. La C y E están casi cerradas y obligatoriamente hemos de desviarnos los que por allí cogemos, lo que provoca que camines más, mientras los jefecitos sin nada que hacer y exigiéndote que te muevas rápido, porque los de American después se quejan.

La más gorda aplastó su cigarrillo en el piso y concluyó:

-¡Qué puedes esperar de una compañía dirigida por cubanos en Estados Unidos!

La otra agregó:

-Guevones que son…

De la serie Crónicas del Aeropuerto

lunes, 23 de noviembre de 2009

Spanglish

por Denis Fortún

Desde que veo que se dirige hacia mí trato de evitarlo. Pero su prisa no me deja escapar y tengo que atenderlo. En inglés me dice que su vuelo a Tampa sale en quince minutos, lo que compruebo mirando el tag de su equipaje. Le contesto, lo mismo en inglés, que no puede dejarme sus maletas en la estación en que me encuentro. Para poder conectarse necesita cuarenta minutos antes de la hora de salida. Le pido amablemente que se dirija al mostrador de American Airlines.

El sujeto se niega y empuja una de sus pesadas maletas dentro del área. Se la devuelvo. El hombre empieza a alzar la voz y asegura que odia a Miami, tanto a latinos como a haitianos, un montón de cabrones todos que están jodiendo a su país. Yo lo miro serio, hago acopio de paciencia y de nuevo lo invito a que regrese al segundo piso. El tipo me grita: ¡Fukc! No puedo menos que reírme y le contesto bien bajo, para que los demás no me escuchen, ahora en español: “Váyase pa’ la pinga, histérico de mierda”. Y le doy la espalda.

Cuando me volteo a cierta distancia, descubro que el americano aún me mira muy serio, sin articular palabra, como si estuviese pensando. Finalmente se recupera y me grita otra vez, igual en español: “¡Bésame el culo, Cuba!”. Luego se marcha rumbo a los elevadores.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

sábado, 21 de noviembre de 2009

No sé de dónde vengo

por Denis Fortún

Salió por una de las puertas que han de atravesar los que tienen enlaces con otros vuelos. Su rostro, como el de muchos que llegan por primera vez al aeropuerto de Miami, mostraba una desorientación total. Ni la menor idea de lo que debía hacer. Yo le pregunté:

--Connecting fly?

No me contestó. Le repetí en español: “¿Tienes conexión?”. Su silencio continuaba de manera casi impertinente, y seguía sin mirarme. Vi que trataba de buscar una respuesta en las señales que cuelgan del techo, las que jamás los pasajeros consiguen entender. Fue entonces que me incliné para ver el tag de su equipaje y noté que se trataba de un vuelo desde La Habana.

Cuando me dispuse a mostrarle la puerta de salida, finalmente me dijo como asustada, muy bajo, casi en un susurro: “No sé si vengo de Cuba… o de Irak”.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

martes, 17 de noviembre de 2009

La pasión de Mr. Johnny

por Denis Fortún

Mr. Johnny la vio pasar, se levantó de la máquina de rayos X y él mismo se ocupó de recibir su equipaje. Todos nos quedamos sorprendidos. Aunque apenas cruzaron palabras, se notaba que la mujer se había sentido halagada porque un oficial federal, y además supervisor de grupo, la atendiera en persona. Ella se marchó para tomar su próximo vuelo. Mr. Johnny se llevó la maleta sin pasarla por el obligado chequeo.

Cuentan que lo primero que hizo Mr. Johnny fue copiar los datos personales de la hermosa muchacha. Definitivamente pretendía contactarla, sin que le importara dónde fuese, aun corriendo el riesgo de que estaba prohibido. Luego abrió la maleta y sacó su ropa interior, digna de un catálogo de Victoria Secret.

Pobre Mr. Johnny, no se percató de que veinticuatro horas antes una cámara de vigilancia había sido ubicada justo encima de la mesa en la cual él revisaba minuciosamente la ropa de ella. Por lo que fue visto cómo se restregaba por el rostro, y después olfateaba cual perro de búsqueda, un pequeño y provocativo blumer.

Mr. Johnny ha sido expulsado y la gran mayoría celebra la noticia. Mr. Johnny es lo se dice un señor hijo de puta que le hacía la vida imposible a sus subalternos.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

domingo, 15 de noviembre de 2009

La señora de la valija

por Denis Fortún

- Señor, mis valijas no aparecen. ¡Yo vuelo en primera clase, ¿sabe?!

- Terrible --le contesté con ironía—. Al parecer estos negritos que descargan los equipajes no respetan los estratos sociales.

- Yo no lo digo por eso señor --me respondió afectada—. Lo digo porque si pago más caro el pasaje que el resto, es lógico que reciba un trato diferente. El mejor sin dudas. Y veo que no es así.

- Déjeme ayudarla entonces… ¿De dónde viene?

- Caracas, señor --ahora la afectación se trocó en orgullo.

- Vamos al carrusel uno. ¿Cómo es su maleta? Blanca, negra, carmelita…

- Es una Louis Vuitton, carmelita, grande. Viene vacía. Es que vine a comprar algunas cosas a Miami. Allá todo se pone difícil.

- La entiendo, señora.

Finalmente, encuentro la maleta. No es una Louis Vuitton. Ella viaja con una Samsonite negra, lo que le hago saber con morbosidad. Protesta. La culpa es de su empleada.

- Gracias, señor. Ha sido usted muy amable. Ahora me voy, afuera me esperan unas amigas.

- Por ahí no se sale, señora.

- ¿Por qué no? Yo salgo por donde quiera. Vine en primera clase, ¿no lo recuerda?

- Mi señora --le aclaro con marcada paciencia—, esa parte está cerrada con un cordón y sólo se abre para mover equipajes.

-Pues yo voy y, por favor, ábrame el cordón.

-Pues no, mi señora. No se abre.

-¡Dios mío! ¡Qué obstinado es usted!

- Regulaciones, mi señora

- Yo no creo en regulaciones, señor.

- ¿Me permite una pregunta, señora?

- Sí --aceptó después de pensarlo un segundo.

- ¿Está usted casada?

- No- me respondió sorprendida

- Ya veo por qué --le contesté y di media vuelta. Ella se quedó parada, sin saber qué hacer, y mucho menos por dónde salir.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Scarface

por Denis Fortún

Steven Bauer se me paró delante y me dijo sonriendo:

-Asere, ¿qué bolá? Me voy pa’ LA. Just tell me where I can find my gate…

Por supuesto que me quedé sorprendido. Acto seguido, estrechando su mano, contesté:

-¡Carajo! El mismísimo ecobio de Tony Montana --lamentando no acordarme del nombre de su personaje. Luego le mostré cómo podía llegar a la puerta, otro apretón de manos, y cada uno a lo suyo.

Recuerdo la primera vez que la vi. Todo un acto de clandestinaje. Con un casete formato Beta entre sus manos, y un comportamiento muy misterioso, se apareció aquella noche un amigo. A unos pocos elegidos nos avisó que en casa del único del barrio que tenía un video reproductor --hoy dinosaurio de la tecnología-- iba a poner Scarface.

La gran mayoría habíamos oído hablar de la película. Habían pasado apenas tres años de los sucesos de la embajada del Perú y el largometraje contaba el “éxito” de un cubano en Miami y las cosas que hacía con tal de ganar una cantidad enorme de dinero. Asimismo, ver imágenes del Mariel reales, las que nunca se publicitaron por la televisión oficial, era otro gancho. Y por último, un tipo como Al Pacino, un monstruo de la actuación, diciendo “monina” al lado de una belleza como Michelle Pfeiffer… ¡y junto a otro actor cubano de verdad! Sin dudas un hecho excitante para unos jóvenes de entre 15 y 17 años atiborrados de monocromía y productos con finales Koniec.

Desde luego, la madre del socio del reproductor de video nos leyó la cartilla: la casa bien cerrada y nada de fumar, nada de hablar alto y menos con un trago de por medio. El socio mismo, después de que su mamá nos advirtiese en qué condiciones íbamos a ver la famosa y controversial película, con aire de importante, como en una representación teatral, lentamente puso el pequeño casete y, antes de pinchar play, nos miró con extrema solemnidad: “El que diga que vio Caracortada aquí lo descojono. Esto está prohibido y pueden perjudicar al viejo”.

Que dicho sea de paso, por esos días andaba en provincias tras su regreso del Canadá, de donde se había traído el envidiado aparato. Para nosotros resultaba un tesoro increíble, una alternativa al aburrido divertimento. Por lo que además, de cometranca probado, el socio pasó a ser el más querido, defendido y respetado “ecobio” del barrio.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

sábado, 31 de octubre de 2009

Customs be advice

por Denis Fortún

Con un acento fuerte, el hombre me preguntó en inglés dónde podía recoger su equipaje para continuar su conexión. Se le notaba muy disgustado. No acababa de entender por qué los oficiales de Inmigración lo habían retenido por más de seis horas.

Cuando tomé su viejo pase de abordo, con la intención de saber su anterior número de vuelo y tener así una referencia con que ayudarlo, leí entonces el inicio de su extenso nombre: Addul-Ghani... (lo que en idioma anglo se traduce como servant of the self sufficient).

De la serie Crónicas del Aeropuerto

miércoles, 28 de octubre de 2009

Declaración de Aduana

por Denis Fortún

Le ordeno secamente en inglés que me muestre su Declaración de Aduana. Se queda como si no entendiese. Se lo repito en español, y rompe a llorar en lo que empieza a buscar dentro de su cartera, luego en su bolso de mano, de nuevo en su cartera, hasta que por fin la encuentra.

Le pregunto si se siente bien, ahora lo hago de manera más amable. No responde y me entrega el papel azul con evidente disgusto. Reviso el formulario. Todo lo ha escrito de forma correcta. Le indico entonces que se dirija a los oficiales que la esperan. Mirándome a los ojos, me dice finalmente: “Odio a este país y su paranoia”.

--¿Y por qué vienes entonces? --le contesto con ironía.

Su llanto aumenta y avanza hacia la puerta.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

lunes, 26 de octubre de 2009

El rezo

por Denis Fortún

El hombre se dispuso a tomar una foto. Yo le recomendé que no lo hiciera. Si lo oficiales de Aduana lo veían retratando, iban a quitarle la cámara y a borrarle todo lo que tuviese.

-Aquí está prohibido –le dije amablemente.

El sujeto me miró serio, accedió a mi pedido y, señalando al lugar donde apuntaba, me contestó que se perdía una buena imagen debido a mi “consejo”.

Sin dudas tenía razón. Seis individuos vestidos de blanco, a la manera típica que lo hacen los musulmanes, con esteras en el piso, rezaban de rodillas al fondo del carrusel uno. El resto de los pasajeros que esperaban sus equipajes, los observaba con reserva. Una mujer en la línea de salida me confesó en voz baja que tenía miedo.

José Raúl, que pasaba junto a nosotros en ese momento con una pasajera en silla de ruedas, exclamó:

--¡No les quiten los ojos de encima! Y si ven que se levantan esos vestidos largos, o pretenden marcar un celular o apretar cualquier botón de un aparatico negro, ¡corran!

Algunos reímos, otros lo miraron circunspectos. Sin embargo, el embotellamiento en la puerta se aligeró y todos empezaron a moverse bien rápido. En segundos el área quedó vacía.

De la serie Crónicas del Aeropuerto

Meloni: ¿Oportunista o fanática?

  Carlos Alberto Montaner En los años 1959, 60 y 61 se referían en Cuba a los “melones políticos” como alguien que era verde por fuera y roj...