El Moderador invita al numeroso público que se encuentra en la sala a que ocupe de una buena vez las sillas. La presentación comenzará en breves segundos. El Presentador se sienta a la izquierda del Moderador, y a la derecha de éste lo hace el Autor. Después de ponerse los espejuelos con sobrada lentitud, rasgar la garganta, beber un sorbo de agua, finalmente el Presentador saca de uno de los bolsillos traseros de su gastado jeans unas cuartillas arrugadas, las abre y, luego de aparentar revisarlas una vez más, se dispone a leerlas. Todos prestan una atención poco usual.
“El libro que nos ocupa hoy y que lamentablemente he de prologar, puede definirse a grosso modo como la insana obsesión de su autor por nada más saberse, confirmarse otra vez, para tristeza nuestra, como un personaje édito. Además, únicamente lo hace por la intención de presumir entre los del gremio de que ya tiene cuatro libros publicados, los que, a pesar de no guardar aparente relación entre ellos, cuentan con el común denominador de que todos resultan imposibles de leer y sólo contribuyen a la polución de las letras.
“El ego de este pseudo-intelectual, al que tengo el desagradable privilegio de desenmascarar frente a ustedes, enfermo como está, precisa del grafema impreso para sentirse realizado. Sin importarle costos, ha pagado para que salga a la luz este lamentable bodrio bajo el sello de una editorial inescrupulosa que se aprovecha de incautos a los que debería prohibírsele el uso de ordenadores, papeles, bolígrafos, hasta cartuchos, con tal de que no se atreviesen a escribir algo que ellos, practicando el mayor irrespeto que se haya tenido nunca con la cultura en general, llaman literatura.
“Sin embargo, ruego a los presentes que si les sobra dinero, si tienen suficiente mal gusto para leerse el mejunje que me ocupa, si realmente no se respetan a sí mismos e igual tienen problemas de autoestima y gustan también del sadomasoquismo en la composición, compren esta suerte de comistrajo literario. Eso sí, por amor al prójimo quémenlo al terminar de leerlo (si es que alguien puede concluir apenas una ojeada). Jamás cometan el acto sacrílego de recomendárselo a alguien, y mucho menos prestarlo. Aquellos que gustan del retorcido oficio de reseñar con alabanzas, por favor, silencio”.
El Moderador, con toda la solemnidad que requería el momento, reconoció las palabras del Presentador y, seguidamente, propuso al Autor que leyese uno de los textos del cuaderno de marras. Tras mostrar el agradecimiento que merecían las palabras del Presentador –tras decirle a éste que su resentimiento y frustración eran de tal magnitud que lo habían empujado a asegurar que su obra era una mierda--, el Autor leyó un extenso poema en prosa, lo que le permitió al público salir para tomar unas copas de vino y socializar un poco, en lo que hablaban horrores de su persona. Cuando el Moderador anunció a los escasos asistentes que aún se mantenían sentados, más por disciplina que por disfrute, que la lectura había concluido y que los que lo desearan podían hacer preguntas, la sala volvió a repletarse y hasta los hubo que comenzaron a tomar fotografías y filmar videos.
Horas más tarde, Moderador y Presentador, encerrados en una pequeña oficina, contaron las jugosas ganancias obtenidas por la venta del libro. Mientras el Autor continuaba quejándose de un fuerte dolor en la muñeca a causa de los tantos ejemplares que se había visto obligado a firmar.
“El libro que nos ocupa hoy y que lamentablemente he de prologar, puede definirse a grosso modo como la insana obsesión de su autor por nada más saberse, confirmarse otra vez, para tristeza nuestra, como un personaje édito. Además, únicamente lo hace por la intención de presumir entre los del gremio de que ya tiene cuatro libros publicados, los que, a pesar de no guardar aparente relación entre ellos, cuentan con el común denominador de que todos resultan imposibles de leer y sólo contribuyen a la polución de las letras.
“El ego de este pseudo-intelectual, al que tengo el desagradable privilegio de desenmascarar frente a ustedes, enfermo como está, precisa del grafema impreso para sentirse realizado. Sin importarle costos, ha pagado para que salga a la luz este lamentable bodrio bajo el sello de una editorial inescrupulosa que se aprovecha de incautos a los que debería prohibírsele el uso de ordenadores, papeles, bolígrafos, hasta cartuchos, con tal de que no se atreviesen a escribir algo que ellos, practicando el mayor irrespeto que se haya tenido nunca con la cultura en general, llaman literatura.
“Sin embargo, ruego a los presentes que si les sobra dinero, si tienen suficiente mal gusto para leerse el mejunje que me ocupa, si realmente no se respetan a sí mismos e igual tienen problemas de autoestima y gustan también del sadomasoquismo en la composición, compren esta suerte de comistrajo literario. Eso sí, por amor al prójimo quémenlo al terminar de leerlo (si es que alguien puede concluir apenas una ojeada). Jamás cometan el acto sacrílego de recomendárselo a alguien, y mucho menos prestarlo. Aquellos que gustan del retorcido oficio de reseñar con alabanzas, por favor, silencio”.
El Moderador, con toda la solemnidad que requería el momento, reconoció las palabras del Presentador y, seguidamente, propuso al Autor que leyese uno de los textos del cuaderno de marras. Tras mostrar el agradecimiento que merecían las palabras del Presentador –tras decirle a éste que su resentimiento y frustración eran de tal magnitud que lo habían empujado a asegurar que su obra era una mierda--, el Autor leyó un extenso poema en prosa, lo que le permitió al público salir para tomar unas copas de vino y socializar un poco, en lo que hablaban horrores de su persona. Cuando el Moderador anunció a los escasos asistentes que aún se mantenían sentados, más por disciplina que por disfrute, que la lectura había concluido y que los que lo desearan podían hacer preguntas, la sala volvió a repletarse y hasta los hubo que comenzaron a tomar fotografías y filmar videos.
Horas más tarde, Moderador y Presentador, encerrados en una pequeña oficina, contaron las jugosas ganancias obtenidas por la venta del libro. Mientras el Autor continuaba quejándose de un fuerte dolor en la muñeca a causa de los tantos ejemplares que se había visto obligado a firmar.