por Denis Fortún
- Señor, mis valijas no aparecen. ¡Yo vuelo en primera clase, ¿sabe?!
- Terrible --le contesté con ironía—. Al parecer estos negritos que descargan los equipajes no respetan los estratos sociales.
- Yo no lo digo por eso señor --me respondió afectada—. Lo digo porque si pago más caro el pasaje que el resto, es lógico que reciba un trato diferente. El mejor sin dudas. Y veo que no es así.
- Déjeme ayudarla entonces… ¿De dónde viene?
- Caracas, señor --ahora la afectación se trocó en orgullo.
- Vamos al carrusel uno. ¿Cómo es su maleta? Blanca, negra, carmelita…
- Es una Louis Vuitton, carmelita, grande. Viene vacía. Es que vine a comprar algunas cosas a Miami. Allá todo se pone difícil.
- La entiendo, señora.
Finalmente, encuentro la maleta. No es una Louis Vuitton. Ella viaja con una Samsonite negra, lo que le hago saber con morbosidad. Protesta. La culpa es de su empleada.
- Gracias, señor. Ha sido usted muy amable. Ahora me voy, afuera me esperan unas amigas.
- Por ahí no se sale, señora.
- ¿Por qué no? Yo salgo por donde quiera. Vine en primera clase, ¿no lo recuerda?
- Mi señora --le aclaro con marcada paciencia—, esa parte está cerrada con un cordón y sólo se abre para mover equipajes.
-Pues yo voy y, por favor, ábrame el cordón.
-Pues no, mi señora. No se abre.
-¡Dios mío! ¡Qué obstinado es usted!
- Regulaciones, mi señora
- Yo no creo en regulaciones, señor.
- ¿Me permite una pregunta, señora?
- Sí --aceptó después de pensarlo un segundo.
- ¿Está usted casada?
- No- me respondió sorprendida
- Ya veo por qué --le contesté y di media vuelta. Ella se quedó parada, sin saber qué hacer, y mucho menos por dónde salir.
De la serie Crónicas del Aeropuerto