por Armando Añel
Ya hemos abordado el tema aquí. El choteo es asunto serio. A los latinoamericanos a los que he tratado –y los menciono específicamente por pertenecer, al menos en apariencia, a una cultura común— en situaciones, digamos, neutrales, les resulta fuera de lugar esa forma ríspida, a ratos agresiva y/o despectiva, siempre burlona, con que algunos cubanos ejercemos el humor.
La escaramuza en verso que por estos días sostuvimos algunos en el blog de Heriberto Hernández demuestra, sin embargo, que ni siquiera nosotros mismos, los cubanos, somos capaces de manejar el choteo con soltura, o al menos con sentido común (si es que puede manejarse cosa así). Lo que me hace dudar –sólo dudar-- de la pertinencia de este recurso cultural. Si el choteador tradicional, o “profesional”, es incapaz de comportarse relajadamente cuando es él quien resulta, para variar, choteado, no vamos a ninguna parte. El choteo, ya de por sí controversial, debería ser carretera de doble vía o, sencillamente, no ser.
Y es que a muchos choteadores les encanta chotear siempre que no los choteen. En ese tira que jala, tan propio de la cubanidad, sale a relucir una de nuestras mayores paradojas culturales (conformamos una cultura paradojal): Nos reímos prácticamente de todo y de todos, pero nos tomamos muy pero que muy en serio. No soportamos que se rían de nosotros, y menos de esa manera. Carretera de una sola vía.
¿Vía al desastre?