por Carlos Alberto Montaner
Desde hace más de un siglo, la debilidad cubana frente a la pujanza norteamericana, o esa necesidad de adversario que requieren los nacionalismos, parecen haber aconsejado en determinados cubanos ciertas actitudes de infantil antiyanquismo, con las que probablemente se intentaba robustecer una entidad nacional supuestamente en peligro. Fidel Castro ha sido el último y más notorio de los cubanos antiyanquis, pero sin proponérselo es quien más ha hecho por vincular la suerte de Cuba a la de los Estados Unidos, porque antes de la dictadura castrista, pese a las afirmaciones de los escasos grupos antiyanquis, existía la opinión generalizada de que el destino económico de la Isla dependía de sus relaciones con los Estados Unidos, pero después de varias décadas de práctica castrista ese extendido criterio se ha transformado en una absoluta certeza.
Antes de la experiencia castrista el lazo migratorio que unía a la Isla con los Estados Unidos se reducía a unos cuantos millares de cubanos. Medio siglo más tarde más de un millón de ellos se ha trasladado de Cuba a Estados Unidos o ha nacido en el exilio. Miami es la segunda ciudad cubana, y su enorme y próspero gueto hispano parece estar en fase de expansión, no de asimilación (la semiautarquía económica de Little Havana y los éxodos masivos le auguran una dificilísima digestión al legendario melting-pot norteamericano).
Ese millón largo de cubanos, o de cubanoamericanos –como suelen llamarlos–, es y será un factor importantísimo en la historia cubana de los próximos años. Es probable que pese considerablemente en la dirección que tomen los acontecimientos en Cuba, y seguramente constituirá el elemento económico y social más significativo en la etapa del poscastrismo. Ya pudo verse cómo la rápida y azorada visita de unos cuantos millares de exilados creó dentro de la Isla un tenso estado de opinión, detonante acaso del episodio de la Embajada del Perú en 1980, y del descrédito del castrismo dentro y fuera de Cuba. Ese es sólo un ejemplo del tremendo peso específico que esos cubanoamericanos tendrán en la historia de Cuba durante muchísimos años.
Si en el curso de dos siglos Cuba recibió grandes dosis de influencia norteamericana sin otro acicate que el estímulo comercial, hoy el castrismo ha puesto en marcha una gigantesca correa de transmisión, compuesta por cerca de dos millones de personas, que aumentará notoriamente la influencia de Estados Unidos en la Isla y se hará sentir en absolutamente todos los aspectos relevantes de la vida social, económica y política del país.
En el reino de Serendip –como se sabe– todas las acciones del ofuscado príncipe producían un efecto contrario al que se buscaba. Fidel Castro ha padecido el efecto de Serendip. Posee esa irónica cualidad de lograr los objetivos opuestos. Cuando se escriba la historia de estos fatigosos años es probable que la biografía de tan discutido personaje comience por una patética definición: aceleró, más que ningún otro cubano, el proceso de americanización cultural de su país.