google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Monólogo del incorrecto

sábado, 17 de octubre de 2009

Monólogo del incorrecto

por Armando Añel

La ensayística miamense sigue de plácemes con el tercer libro publicado de Armando de Armas, Mitos del antiexilio (El Almendro, Miami, 2007), y sus traducciones a otros idiomas. Dado que este escritor no suele cohibirse a la hora de marinar los códigos de lo políticamente incorrecto, era de esperarse un tratamiento novedoso, o por lo menos desafiante, en relación al tema. Una suposición verificable nada más abrir el libro y posar la vista en el prólogo, a cargo del políticamente incorrectísimo Lincoln Díaz-Balart.

De cualquier manera, lo desafiante en este libro no sólo corre a cuenta de las tesis o los enfoques. En un encendido monólogo, Armando de Armas rompe con las estructuras sintácticas habituales en el ensayo político para proponer, desde la cadencia de una prosa impredecible, una línea de escritura marcada por la interrogación, la exclamación y el punto y coma, el símil como referente, el párrafo subordinado e, inclusive, una poética intermitente, a ratos transgresora. En Mitos del antiexilio la forma desemboca armónicamente en el contenido, redondeando un discurso sintáctica y políticamente incorrecto, que se solaza en los meandros de su originalidad.

Asimismo, este ensayo roza lo testimonial o lo periodístico en el sentido de que el autor, fiel a su praxis personal, ejemplifica más que teoriza. Aquí el lector no se verá abrumado por consideraciones teóricas o especulaciones académicas, o por ese aluvión de citas y referencias al margen que provoca que, en algunos ensayos actuales, un tercio del texto aparezca en el apartado de notas y bibliografía. De Armas no convence desde el mamotreto, convence desde el hecho consumado.

De ahí que nos topemos una y otra vez con enfoques puntuales o preguntas comprometedoras formuladas con una desfachatez expositiva poco común en la ensayística contemporánea. A la altura de la página 46, por ejemplo, accedemos a una de estas andanadas. Tras abordar desde diversos ángulos el tema del odio, políticamente incorrecto donde los haya, el autor se pregunta:

“¿Pudiera alguien pedir de un plumazo a los judíos sobrevivientes del Holocausto que no sientan odio? ¿Se les puede pedir que perdonen y punto? ¿Oyó alguien, alguna vez, hablar de antifascismo moderado, de antifascistas pacíficos y antifascistas violentos? De haber existido esas edificantes definiciones, ¿se hubiera atrevido alguien a priorizar a los pacíficos respecto a los violentos, a demonizar a los segundos respecto a los primeros? ¿Por ventura la liberación europea del fascismo, en 1945, no vino de la mano y la punta de los cañones de los tanques Sherman norteamericanos? ¿Cómo se puede pedir a los sobrevivientes de las carnicerías desencadenadas por el comunismo que no sientan odio? ¿Cómo se puede pedir a los exiliados cubanos que se comporten en todo trance como palomas?”.

En Mitos del antiexilio, el Occidente que “ha convertido en crimen el placer de fumar un puro, piropear a las mujeres, apostar a las patas de los caballos, apreciar la tauromaquia, deglutir un bistec con papas fritas, vestir un abrigo de piel de zorro o cazar un cocodrilo” sufre un ataque despiadado, decidido a poner en entredicho los convencionalismos de una modernidad crecientemente conservadora. Adicionalmente, De Armas echa mano al recurso de situar frente al espejo varios de los lugares comunes de la demagogia mediática para reproducir una imagen inversamente proporcional a la que supuestamente debería devolver el azogue.

Así, inesperadamente, la “dictadura del relativismo” desliza su hocico conservador: aquellos que defienden el matrimonio homosexual son los mismos que antes atacaban el matrimonio como institución retrógrada; o los catalogados en su día de feministas consienten, y hasta aplauden, el determinismo cultural según el cual una mujer debe ocultar su rostro u ofrecer sus genitales a la mutilación; o quienes abogan por los derechos humanos de los cortadores de cabezas recluidos en Guantánamo miran para otro lado cuando se trata de reclamar los de aquellos que, inmediatamente al oeste de Guantánamo, reclaman su derecho a pensar con cabeza propia.

En el contexto cubano, el recurso del espejo conduce a una suerte de clímax de lo políticamente incorrecto: resulta que una organización como Alfa 66, a la extrema derecha según los hacedores de opinión al uso, patrocina un programa de gobierno de corte socialdemócrata (De Armas insiste durante todo el libro en distinguir entre metodología de lucha e ideología), o que el alineamiento mayoritario del exilio con las administraciones republicanas responde más a una alianza táctica que a familiaridades ideológicas. En esta cuerda, el autor nos recuerda que si en algo están de acuerdo las organizaciones del destierro, “que nunca están de acuerdo en casi nada”, es en la necesidad de restituir la Constitución del 40 en Cuba, “carta socializante influida por las lumbreras comunistas” de la época.

Mitos del antiexilio es un cuaderno empeñado, como su título indica, en desmontar los mitos de una modernidad que subordina lo ético a lo estético, reservando su artillería pesada para los relacionados con el caso cubano. El llamado “exilio histórico” de Miami —y, por extensión, la clase política desovada por la República— no es de derechas, sino, más bien, revolucionaria; la moderación dentro de la moderación —“el cine dentro del cine”— anula la capacidad de hacer oposición; ocasionalmente, el odio puede ser un sentimiento tan constructivo como el amor: afirmaciones todas ellas que encuentran en este ensayo suficiente combustible intelectual y testimonial. Este es un libro rocoso, irreverente e ineludible, a partir del cual la nueva ensayística cubana, enfrascada en la inercia de sus deslizamientos, puede parar para coger impulso.

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