google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Un pedazo de La Tabla (I)

viernes, 9 de octubre de 2009

Un pedazo de La Tabla (I)

por Denis Fortún

La noche del sábado era la más difícil para entrar al cabaret Guanaroca. La administración del hotel se guardaba buena parte de las mesas para sus “invitados” y “héroes del trabajo”, y otro grupo era únicamente para extranjeros. La cantidad restante, mínima por supuesto, y que debía venderse por la mañana, las muchachitas del Buró de Reservaciones la negociaban a precio de bolsa negra.

Sin embargo, si un sábado uno no se sentaba en el cabaret del Jagua -aunque fuese bien lejos de la pista-, se podía interpretar como un mal presagio, provocar problemas de autoestima y hasta podías ser considerado por el resto como un “pasmao”, con pocos recursos de inventiva. Es más, no estar dentro al comienzo del show, ya era un mal presagio. Por cuanto, a como diera lugar, había que burlar las innumerables barreras de porteros, cevepés, policías de uniforme o encubiertos y chivatones. Ello implicaba organizar las más increíbles maniobras, a las que debía prestarme para que mis amigos lo consiguieran.

Yo, por suerte, disfrutaba de una envidiable posición, a salvo de presiones estresantes: era uno de los tres luminotécnicos del cabaret. Un estatus que me diferenciaba del resto, por el que me conocían todos y a causa del cual muchos aparentaban ser mis amigos. Por el que, además, me “invitaban” después del show a tomar ron, para agradecerme. Eso sí, por los verdaderos ecobios debía jugármela, entrarlos a cambio de nada, y las maneras, vuelvo y repito, eran las más espectaculares. Como sucedió esa noche de sábado en que Mandy se me apareció con una novia y varias copas encima, con la irresoluta decisión de entrar al cabaret, sin que le importara siquiera tener una mesa donde sentarse. Detalle que en realidad no me preocupaba. Dentro de la cabina yo guardaba un minicabaret. Para tales imprevistos almacenaba un pertrecho de sillas, vasos, manteles, bolos de hielo, una mesa pequeña y hasta una vieja colchoneta de olores raros que cabía perfectamente sobre la consola de luces.

A su novia la pasé por la puerta principal como si fuese la mía. Pero con él esa forma de acceso resultaba, obviamente, imposible. Por tanto, hube de buscar una alternativa muy distinta. Gracias a los dioses de la recholata, en ese momento la mejor se reducía a que, con su ropa toda blanca, remontara una pared al fondo del cabaret y saliese del otro lado, sobre el camerino de las bailarinas –reparándose por entonces para una nueva producción, por lo que le faltaba un pedazo de techo-, para de allí colarlo por las “patas” a la pista, que a esa hora estaba oscura.

Meloni: ¿Oportunista o fanática?

  Carlos Alberto Montaner En los años 1959, 60 y 61 se referían en Cuba a los “melones políticos” como alguien que era verde por fuera y roj...