por Armando Añel
Una de las expresiones más socorridas del nacionalismo cubano, convenientemente acicateada por el castrismo, es el béisbol. Curioso cuando menos, porque se trata de una modalidad deportiva importada desde Estados Unidos, precisamente el país contra el que los nacionalistas insulares cargan desde que se levantan hasta que se acuestan.
En cualquier caso “la pelota”, como se le llama popularmente al béisbol noventa millas al sur de la Florida, está en crisis en Cuba. Tanto que el propio hermano mayor, en sus pétreas reflexiones, ha llegado a regañar a los “fanáticos” por sus críticas al desempeño del equipo cubano internacionalmente.
En 1961, por decreto, el béisbol dejó de ser un deporte profesional en Cuba para convertirse en un deporte de profesionales mal pagados. Un siglo antes, en el verano de 1864, los hermanos Ernesto y Nemesio Guillo, tras graduarse en Estados Unidos, habían regresado a la Isla para fundar el primer equipo de béisbol de la mayor de las Antillas: los Rojos de La Habana. Como afirma el historiador Tony Otero, “unos años después los hermanos Teodoro y Carlos de Zaldo, estudiantes de la Universidad Fordham en New York, siguen el mismo sendero de los Guillo. Regresan a La Habana en 1878 e inmediatamente fundan el segundo equipo beisbolero cubano. En este caso, los Azules del Almendares”.
En Cuba, el béisbol siempre ha tenido un caldo de cultivo ideal. Los peloteros cubanos frecuentaban la pelota profesional norteamericana mucho antes del ascenso al poder del castrismo, que convertiría después el también llamado “pasatiempo nacional” en un asunto de política interior y exterior. Durante décadas, descontando los naturales altibajos –nada más que excepciones a la regla--, la pelota cubana se impuso en los principales torneos amateurs del mundo, derrotando sistemáticamente a sus rivales, entre ellos a los estadounidenses. Pero hete aquí que ese es ya un tiempo vencido.
A lo menos que pueden aspirar los cubanos de la Isla –a los que la oligarquía totalitaria apenas puede garantizarles pan-- es a un poco de circo, y en el circo castrista el béisbol constituye uno de los espectáculos más populares. Otra vez, se trata de un asunto de política interior y exterior, prácticamente de seguridad nacional, porque en tiempos de fugas, comandantes anémicos, subidas de impuestos, desabastecimiento y represión creciente –en tiempos de la eclosión de Internet—, no caben medias tintas. Es el circo o la democracia. Y el circo está siendo profanado.