por Armando Añel
A través del fragor de las turbas, de la insoportable fluidez con que se estructuran los llamados “mítines de repudio” en Cuba, se puede llegar a conclusiones. Por ejemplo: El sistema socio-político imperante en la Isla resulta, más que nada, un vástago de la sociedad y la cultura cubanas, o a mucho tirar una posibilidad aceptada, e instituida, por ellas. Existe una mentalidad social proclive, que ha acompañado la institucionalización, y dorado la píldora, del totalitarismo. El socialismo en su variante criolla no es el padre, sino el hijo de una cultura que más allá de sus innegables virtudes debe remover urgentemente aquellos escollos que le impiden, por activa o por pasiva, abordar el carro de la modernidad.
¿Cuáles son estos escollos? Rasgos culturales negativos, que arrastramos desde la colonia. Entre ellos cabe señalar aquí, aunque no constituyan un círculo cerrado en sí mismos, la intolerancia, el nacionalismo pretencioso y la irresponsabilidad victimista.
En paralelo al nacionalismo recalcitrante, marcha la intolerancia. O se desgaja de aquél. Una mentalidad ultranacionalista, de enfrentamiento y/o subestimación del otro, en nada favorece el arraigo de la curiosidad, del acercamiento y la aceptación de lo diferente. Porque ejercer la curiosidad desde el respeto a la diferencia, exige madurez. Exige lo mejor de nosotros puesto al servicio del conocimiento y reconocimiento de lo ajeno, de lo diferente. Por eso la genuina curiosidad, que no la intromisión, está íntimamente relacionada con la tolerancia, valor sin el cual no funciona una verdadera democracia.
También, orgánicamente, el ultranacionalismo funge como caldo de cultivo ideal para la irresponsabilidad victimista. Dado que somos un pueblo heroico, trabajador, intachable –en resumen, superior—, no es posible entender el subdesarrollo, o la pobreza, o incluso la ausencia de ciertas libertades básicas, sino como consecuencia de la agresión del otro, del diferente. El otro es el responsable. El otro trabaja a la sombra, o abiertamente, para obstaculizar nuestro avance. El problema es profundo y, cabe repetirlo, va más allá del modelo político vigente en Cuba.