por Carlos Carralero
No estoy convencido de que el premio Nobel conferido a Obama tenga una verdadera intención de paz. Si fuera así, ¿cuál es el motivo por el que, teniendo todos los medios, no dedica parte de ellos a detener a Ahmanideyad, a Chávez y al ALBA entera y de una vez se va a Cuba a reunirse con los disidentes a buscar la verdadera paz, la del alma, el estómago y la dignidad mortificada?
Si la actitud de la Comunidad Económica Europea a partir 1973, cuando estaba compuesta por nueve países, respondió a un nombre o una causa, el petróleo (a pesar de que si fue esta la sola razón, bien por el pragmatismo, mal por la moral de la vieja Europa), en el caso de Cuba, ¿dónde está el combustible? Insisto en que es mejor seguir la máxima de Shakespeare, Calderón y otros que a causa de mi ignorancia no conozco: La vida es sueño. No puedo imaginar un mundo tan lleno de carencias --no hablo de las de los cubanos de a pie--, de principios y de buena voluntad. Por eso, desde mi exilio, sigo soñando que en otra vida encontraré a un 99% de políticos con principios para terminar con los dictadores y los fundamentalistas que en la tierra, para ese entonces –si no cambiamos rápido la ruta de los “pacifistas”, de los premiados y premiadores--, estarán ultrajando y explotando a nuestros nietos. Ellos serán dhimmi o expertos en doble moral para no perecer, si no es que se suicidan masivamente.
Hace sesenta años se sancionó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Hace sesenta años, caramba, algunos seres humanos empezaban a saber qué cosa eran la televisión y los buenos jabones. Desde entonces a esta fecha hemos visto la tecnología volar hasta la mismísima luna. Las conquistas en el orden civil, sin embargo, han ido en dirección contraria y están llegando al mismísimo infierno. Si lo civil y lo tecnológico hubieran viajado en paralelo, a estas alturas no habría dictadores en el mundo y el segmento más violento del Islam estuviera quietecito. Muchos musulmanes pacíficos hubieran entendido que lo mejor era integrarse a Europa en lugar de conformar un país que, más que virtual, es una peligrosa realidad, una amenaza: Eurabia.
Como Rodrigo Rubén –Rubén Rodríguez, según la fantasía de Luque Escalona en su novela Lorenzo y el cordero del Diablo--, insistiré en que la ideología predominante en este mundo de inmundos y toda esa familia de malas hierbas que habitan en Miami y en otras partes, es la envidia. Surgirán, estoy seguro, los “envideólogos” para estudiar esta corriente o forma de ideología predominante. Existen los ideales, es verdad, pero son aplastados por la envidia. Y es por eso que andamos tan mal.
Se cayó el muro de Berlín y se acabó la Unión Soviética, pero reaparecieron rusos que como enfermedades no bien extirpadas han seguido jodiendo las células de la democracia, para que en aquel interesante país los más tenaces y honestos comunicadores sigan siendo perseguidos, incluso algunos asesinados. Los soviéticos en Cuba, a propósito, fueron sustituidos por los españoles, que siguieron riéndose y exterminando “indios” en base a la humillación. Construyendo hoteles y asentando empresas explotadoras de los nietos de los dueños de las mismas empresas desde las que capitalistas con discursos rojos imponen el socialismo al pueblo. A los españoles se unieron canadienses, italianos y otras especies.
La envidia es uno de las peores lacras de la humanidad. Regreso a Herman Hesse en su reflexión acerca del odio de los nazis a los hebreos, pues la envidia es una suerte de miedo a no lograr lo que el otro logra. Luego, la envidia genera el odio. En el caso de los españoles, han seguido repudiando a los Estados Unidos porque les arrebataron Cuba en 1898. Los franceses siguen históricamente repudiando a los anglosajones, y la historia lo demuestra. Pero el odio a los americanos parece algo místico. El científico francés Conde de Buffon odiaba esa tierra, de la que decía horrores mucho antes de la Declaración de Independencia, de la misma manera que Immanuel Kant ya en 1775. Esto hay que agregarlo a lo que decía antes: el odio y el desprecio a Estados Unidos se acrecientan porque esa nación aún exhibe una fuerza militar y económica reconocida por todos. He escuchado incluso a ingleses despotricar contra Norteamérica.
Esta coyuntura, este elemento del contexto mundial, lo ha usado Castro y, aunque sea agente de la CIA, como presumen varios, le ha dado resultado. Los envidiosos, frustrados y llenos de odio a Estados Unidos han apoyado incluso sus crímenes y correrías por todo el mundo, al tiempo que se desangraban en las plazas protestando contra Pinochet. Pero Pinochet, después de dieciséis años, se fue del poder y luego para el más allá. En cambio Fidel Castro, luego de medio siglo, sigue volando sobre la Plaza Cívica: un fantasma que hace más daño que la materia Raúl.