por Antonio Ramos Zúñiga
Tras más de medio siglo de castrismo, muchos se preguntan por qué los cubanos no han podido cambiar la historia. Ha transcurrido mucho tiempo desde la llamada revolución “más verde que las palmas” de 1959, y tras un largo lapso rojo de treinta años aherrojada a la Unión Soviética, Cuba devino un atípico modelo de supervivencia totalitaria, llámese “castrismo”, “mussolinismo tropical”, “trujillismo de izquierda”, o como quieran encasillar a la dictadura familiar más longeva de nuestro hemisferio. ¿Cuál es la clave de que Fidel Castro (con su hermano Raúl de sucesor) haya mantenido el poder? ¿De veras ha sido una pelea de David contra Goliat? ¿O es que el tiburón no ha querido comerse a la sardina?
Se han dado muchas explicaciones. Se culpa a Kennedy de la derrota en Bahía de Cochinos (Playa Girón), en 1961, por no apoyar el desembarco de los combatientes anticastristas a pesar de que fue una operación norteamericana. La teoría más popular es que el Pacto Kennedy-Krushov, después de la crisis de los misiles de 1962, volvió prohibitiva la lucha anticastrista desde territorio de Estados Unidos. Desde entonces las infiltraciones anticastristas fueron y siguen siendo ilegales y perseguidas si parten de costas norteamericanas, favor que se le hace a Castro, por supuesto. Parece que el compromiso funcionó porque Estados Unidos nunca se ha interesado en invadir a Cuba. Las guerrillas armadas que subsistieron hasta 1965 en el Escambray y otras zonas de Cuba fueron aniquiladas.
La anulación de la contingencia bélica facilitó la “paz” que necesitaba el régimen para implantar el modelo que ha demostrado ser el más eficiente para controlar la rebeldía: el estalinismo, que en Cuba se entremezcla con caudillismo fidelista y sueño revolucionario nacionalista y latinoamericanista. Cuba se convirtió en un estado policial, cerrado al mundo, armado hasta los dientes, y base estratégica del imperio soviético. Y por ilógico que parezca, Estados Unidos pasó por alto que la isla se convirtiera en una base para exportar revoluciones y guerrillas, llevara tropas a África y sirviera de base a los submarinos atómicos rusos y a las antenas espías de Lourdes.
Lo único que no ha sido alterado de la política norteamericana es el embargo comercial a Cuba, llamado “bloqueo” por Castro, que significa una prohibición para comerciar con Cuba, aunque Cuba puede comprar alimentos norteamericanos si paga en efectivo. Desde luego, Cuba cuenta con otros países y aliados como proveedores comerciales, convirtiendo el embargo más que todo en una excusa política para mostrarse como víctima y justificar el paupérrimo estado de su economía y la errada gestión de Estado. El ser el estadista más mediocre de la historia cubana no se lo quita nadie a Castro, aunque también ha sido el tirano más perfeccionista y sagaz.
Lo cierto es que aún detenta el poder, a la sombra de Raúl, y debe ser por razones que van más allá del control de las masas, la supresión total de derechos humanos y la omnipresencia policial. El por qué un dictador carismático pero cruel recibe pleitesía de toda la izquierda mundial –y de mucha derecha-, puede manipular a la Comunidad Europea y obtener votos en organismos mundiales a favor de sus consignas y demandas, ordena tumbar una avioneta con pilotos civiles en aguas internacionales, firma sentencias de muerte y no pasa nada, es intrigante.