por Octavio Guerra
Cuando el estado de derecho se deja arrastrar por los extremismos tanto de la hipocresía conservadora como de la anarquía radical, comienzan las complicaciones. Todo lo prohibido adquiere valores desmesurados en la relación oferta-demanda. Hay cosas que por mucho que se prohíban seguirán existiendo, como han existido desde que la civilización es tal.
El consumo de sustancias que alteran las percepciones y la prostitución son ejemplos sustanciales. Al prohibirlas, salen de la esfera de control de las autoridades y caen en manos de las mafias que se enriquecerán con la desmesurada demanda que traen las prohibiciones. Apoyadas en su enorme poder económico, estas mafias impondrán sus reglas a buena parte de la sociedad, corrompiendo a funcionarios y políticos, llenando de anarquía, violencia, inseguridad e ilegalidad la sociedad que pretendió controlar el consumo de lo prohibido.
El ejemplo más claro fue la prohibición de licores en los Estados Unidos durante las décadas 20 y 30 del siglo pasado. Ello condujo al surgimiento de la época dorada de la mafia y el gansterismo en el territorio norteamericano y los países limítrofes, como Canadá, México y Cuba. Tan pronto como su consumo fue legalizado, estas mafias perdieron su poder económico y cayeron en desgracia.
La prohibición en Estados Unidos y Europa ha producido el boom internacional de las mafias narcotraficantes, casi todopoderosas en América Latina y el Medio Oriente, ligadas al tráfico de prostitutas, indocumentados, niños para la adopción, órganos humanos, armas, etcétera.
Hay actividades que jamás se podrán legalizar. Sin embargo, la legalización de las drogas y la prostitución le permitirá a los Estados y a los órganos judiciales y de orden interior controlarlas, eliminando las principales fuentes de sustento de las mafias y el terrorismo internacionales al caer naturalmente su demanda y, por tanto, su precio.
Cortesía Havana School