por Ignacio T. Granados
Acerca de la pulcritud en el lenguaje:
En un blog vecino, recientemente se formó una discusión que todavía no termina. Comenzó por el uso de la frase “antes que nada”, que un comentarista calificó de barbarismo lingüístico. La crítica se puso interesante cuando el comentarista apeló a la lógica, dejando ver las falencias de todo intento de pulcritud; porque, como dijera otro comentarista, la Lógica no responde a una convención, pero el lenguaje sí. Primero que todo, la lógica casi siempre es aparente; y recurriendo a un buen sofisma, uno puede hasta elaborar la justificación lógica de dicho barbarismo. Tal fue el comentarista que aludió a la negación de la negación, donde a la “nada” se le atribuía un valor siquiera convencional, de modo que, en “antes que nada”, “nada” se convierte en una referencia válida y suficiente.
Más importante que todo eso podría ser la pertinencia de tanta prolijidad, partiendo de que la escritura y el lenguaje son una convención contra la lógica, que comenzó con la atribución [un poco arbitraria] de significados a ciertos símbolos. Antes que nada —es decir, de fijar y dar esplendor— se cantaron y escribieron las sagas de Enkidú y La Odisea; no es poca cosa ante el alud de mala prosa bien escrita que florece hoy día, y ya eso debería llamar a la prudencia a los prolijos críticos. También podría recordarse que cuando las academias lograron imponerse en los programas ilustrados, también mataron la creatividad literaria; hizo falta la sombría anarquía de los románticos pre-germánicos, los ingleses y los franceses, para que la literatura volviera a valer la pena, hasta el punto de que pudieron legar un espíritu unificiente a la germanía con el Stürn Un Drag.
Quizás ni sea tan grave y todo nazca de ese espíritu alimentado por el ilustracionismo revolucionario, que con esas necesidades suyas, aparte de su propia fe en su propia excelencia, se duele de esta insoportable levedad del blog.