por Juan F. Benemelis
Freeman J. Dyson —físico de la universidad de Princeton—, estima que en un par de siglos alcanzaremos el rango de civilización Tipo-I. En nuestro caso nos hallamos, precisamente, a punto de concluir esa etapa de globalización de las economías, de la información, del uso de pocos idiomas, del control energético planetario, de un sistema de comunicaciones integrado (Internet) y con valores políticos y culturales más afines. Con un modesto crecimiento nos pueden tomar tres milenios lograr el nivel de civilización Tipo-II, o sea, tomar posesión de la energía total del Sol, y seis milenios más para entrar en el nivel de civilización Tipo-III.
Cuando salgamos de la botella y rebasemos nuestro medio amniótico planetario, jamás regresaremos al mismo. Franquearemos hacia una era donde la Tierra será receptora del fruto del crecimiento de trillones de humanos, de su poder económico e ilimitados niveles educacionales.
Será cuando juzguemos el formidable valor económico y cultural de un humano, poseedor de una conciencia creadora más eficiente y superlativa que cualquier inteligencia artificial o realidad virtual. La esterilización forzosa, los despoblamientos maltusianos y la fobia migratoria pertenecerán al escalón del primitivismo, de la incomprensión del poder y de la inteligencia humana como fuerza primordial del universo. En vez del universo-reloj bosquejado por Isaac Newton, donde el pasado pre-ordenaba el porvenir, la vida ha creado un universo orgánico e indeterminado, con un horizonte venidero impredecible, con infinidad de probabilidades de futuros potenciales en nuestras manos.
La vida es una fuerza apocalíptica, lo único con capacidad de crecimiento exponencial y de animar lo inanimado, capaz de sobreponerse al fatalismo de la entropía del universo, de revertir la aniquilación que parece implícita en el futuro cósmico, cuando se produzca el proceso inverso al big-bang: la implosión del espacio estelar y de toda la materia universal. Contra la fría lógica del cosmos, contra su posible destino fatídico, estaremos jugando la carta del crecimiento exponencial humano, la reacción en cadena de la vida y de la inteligencia, lo único que puede solucionar el destino final del universo, si es que éste se comporta como lo hemos concebido hasta ahora.
Nuestra razón de ser, y la culminación de nuestro destino como especie, es poblar el Sistema Solar, poblar la galaxia Vía Láctea, poblar el cosmos: llevar el fuego vital prometeico hacia las frías extensiones espaciales, y decidir el destino del universo.