por Armando Añel
¿Qué es el castrismo como idea –ya se sabe lo que es como hecho concreto— sino un intento de glorificación de lo nacional que se sirve, estructuralmente, del totalitarismo?
El problema viene de lejos. Durante más de un siglo, el nacionalismo cubano –histriónico, despistado, pretencioso como pocos— ha sido incapaz de fraguar la nación y/o civilizar el país en cualquiera de sus variantes, ya sea como aliado u opositor de Estados Unidos. El hecho de que en ciertos círculos intelectuales de la República se cuestionara la capacidad de los cubanos para gobernarse a sí mismos no constituye más que la excepción de una regla letal en términos históricos: la incapacidad de la mayoría de los cubanos para abordar críticamente, con propósito de enmienda, las anomalías y déficits culturales de la nación.
Se habla mucho del papel a jugar por la comunidad exiliada en la transformación económica de Cuba durante el postcastrismo, pero muy poco de su responsabilidad en la modernización de la cultura nacional y/o la psicología del nacionalismo acrítico. Probablemente, porque de inmediato surge la pregunta: ¿está capacitado el exilio para tan gigantesca tarea? ¿Fidel Castro es el padre o es el hijo de una cultura política que de alguna manera padecemos y segregamos todos, en el insilio y el exilio?
La refundación cubana sólo será posible –apuesto— desde la asunción de un nacionalismo crítico formalmente estructurado. Un nacionalismo que deberá empezar por redefinir el propio concepto de nacionalismo, desafío que la mayoría de los creadores de opinión, tanto en la Isla como en el destierro, no ha querido, o no ha podido, afrontar durante los últimos cincuenta años. Ya no más golpes de pecho, ni patrióticas andanadas, ni especulaciones en torno a la supuesta grandeza del país y su gente. La refundación sólo será posible desde un nacionalismo que asuma no sólo las virtudes de la cubanidad, ya suficientemente alabadas, sino las carencias de una cultura política acríticamente asentada en lo superlativo, incluso en lo imaginario.
Que las asuma, las demonice y las supere.