por Armando de Armas
Parece que Miami se levanta como la única revolución verdadera llevada a cabo por los latinoamericanos. Si revolución fuera, como suelen asegurar los mismos revolucionarios, un cambio radical para garantizar el progreso y el bienestar del pueblo, y eliminar el hambre y la pobreza, esa revolución donde ha ocurrido es en Miami. A la cabeza de esa revolución, para disgusto no sólo de Castro sino de los progres del mundo, han estado los cubanos que en 1959 comenzaron a arribar a una ciudad playera para ancianos retirados, y sobre sus extensos arenales y su profusa red de canales plagados de cocodrilos levantaron ese emporio comercial que es hoy la ciudad. Revolución postmoderna, probablemente la única en la historia que se haya hecho con los pies, pies en polvareda. Revolución, cosa rara, hecha sin violencia, pero parida por la violencia. Hecha por los que huyen de la violencia.
En Miami se rompen los esquemas. Por ejemplo, se revierten unas relaciones marcadas por las invasiones y conquistas del norte sobre sus vecinos del sur. Ahora los que invaden y conquistan son los vecinos del sur, e imponen su idioma como nunca hizo o pretendió hacer el norte. Es una invasión y una conquista lenta y silenciosa, pero sostenida y eficaz, sin hazañas y sin héroes estridentes. Es la conquista del laboreo consistente, del esfuerzo y la iniciativa individual en un sistema regido por las leyes y el libre mercado.
El exilio cubano está conformado por cerca de un millón de bípedos en todo el Condado Miami-Dade, condado que cuenta con un aproximado total de dos millones de bípedos desperdigados por su extensa geografía. Bueno, pues ese millón de bípedos cubanos produce casi el doble de todo lo que producen sus parientes allá en la isla, y contribuye decididamente a que el presupuesto anual de dicho condado, unos cuatro mil millones de dólares, sea superior al de la mayoría de todos los países centroamericanos. Las pequeñas editoriales cubanas de Miami editan más títulos en un año que todos los que ha editado la isla de 1990 para acá. En Miami, como se ha pretendido en son descalificador, y por desgracia diríamos, no todos los cubanos son ricos y las factorías de Hialeah están repletas de isleños que sudan la gota gorda para ganarse el sustento.
Miami no es Cuba, pero se le parece. Miami es la otra Cuba, la Cuba posible. La Cuba con la que sueñan todos en la isla, la de una Enmienda Platt revivida y extendida, como ha dicho el profesor Emilio Ichikawa. Desde Miami se aprende a conocer y a querer a Cuba, a no sentir vergüenza de ser cubano. Miami es un modelo, el único quizá, para la reconstrucción de una Cuba futura. No un modelo arquitectónico, como es lógico, pues la mayoría de los cubanos estarían conscientes de los aciertos de la arquitectura isleña, o de lo que queda de ella, para venir a contaminarla con el espanto de los malls miamenses. Pero acá están sin dudas los capitales necesarios para una eficaz reconstrucción, y acá se habrían ejercitado los cubanos para ejercer un día, allá en la isla, la democracia.
Miami, ya es un lugar común decirlo, está poseído por el olor y el sabor de la cocina y el café cubano. En Miami se venden frutas cubanas que muchos en la isla olvidaron, que los más jóvenes ni siquiera conocieron. Frutas como el mamey y el anón y la piña, frutas cantadas ya por Silvestre de Balboa y Troya de Quesada, un canario aplatanado en Cuba, en su extenso poema Espejo de paciencia. Poema considerado, quizá con exagerado entusiasmo, la obra literaria que marca el nacimiento y balbuceo de la nacionalidad cubana allá por el siglo XVII.
Es cierto que los bares y las putas de Miami son un horror, pero también es cierto que no se está uno las 24 horas en un bar, y muchísimo menos, por desgracia dirían algunos, sobre una puta. Ciertamente Miami no es Cuba, pero ciertamente, entre los ambientes mafiosos de la Calle 8, corre un insistente y alarmante rumor: conjurados isleños, exaltados miembros de una secretísima logia, estarían laborando en una conspiración para, a la caída del castrismo, anexar Miami a la isla y convertirla en su séptima provincia.