por Tony Otero
La frase “Santísima Trinidad” de seguro tendría un significado religioso para muchos cubanos. Y así debería ser, por supuesto. Pero esta frase también está asociada al magnífico buque de guerra Santísima Trinidad, un barco gloria de la Real Marina española en el siglo XIX. Construido en Cuba en 1779, y reformado en 1804, este buque tenía cuatro cubiertas (entonces lo normal era tener tres), desplazaba 6200 toneladas y eventualmente contó con 140 bocas de fuego entre cañones y morteros.
En octubre de 1805, el Santísima Trinidad, bajo el mando del capitán Francisco Uriarte y con una tripulación de 1115 hombres, se incorpora a la escuadra de la alianza franco-española, la cual contaba con 32 navíos, quince de los cuales eran españoles. Saliendo de la bahía de Cádiz, y por orden de Napoleón, la armada aliada zarpa hacia Trafalgar en busca de la escuadra inglesa, la cual contaba con 36 navíos. Navegando en formación de costa, el Santísima Trinidad iba al frente de la armada, su posición lógica ya que se le conocía como “El Coloso de los Mares”.
El 21 de octubre de 1805, las dos armadas se encuentran. Los ingleses rápidamente forman dos columnas y avanzan hacia el Santísima Trinidad y el resto de los barcos franceses y españoles en formación de cuña. A las doce en punto de ese día aciago, el buque español Santa Ana, el cual se encontraba a la vanguardia de la flota aliada, dispara el primer cañonazo, comenzando la más terrible batalla naval en la historia del mundo hasta ese momento. Totalizando 72 navíos en combate, en la actualidad los historiadores navales discuten las maniobras improvisadas por el gran almirante británico Nelson, y el error clave cometido por el almirante francés Villanueve. El británico pronuncia la frase, famosa hasta el día de hoy, “Inglaterra espera que cada uno de nosotros haga sus deberes”. Mientras, el francés comete el error fatal de voltear a su buque insignia, con el resultado final de convertir la vanguardia aliada en retaguardia, y viceversa.
Como resultado directo de este error táctico, el Santísima Trinidad se ve eventualmente rodeado por tres buques enemigos, los cuales proceden a bombardearlo constantemente, causándole gran daño. Tras cinco horas de combate, el Trinidad pierde el palo de trinquete sobre su proa. Cae gravemente herido el jefe de artillería, brigadier Cisneros, y pronto también el capitán Uriarte, tras recibir un astillazo en la cabeza. De este modo, quedaba un alférez al mando del Trinidad. El humo brotaba a diestra y siniestra del barco, que pierde el timón y empieza a hacer agua. Es entonces que los oficiales que quedaban aún vivos, después de comprobar que el Trinidad era el único buque que todavía resistía, decidieron rendirse, y bajaron la bandera.
Con este acto, los ingleses cesaron el fuego y abordaron el navío, a la sazón completamente destrozado. Encontraron más de 400 infantes de marina muertos, a los cuales había que añadir treinta oficiales. Notificado de este evento, el almirante británico pronuncia otra de sus frases inmortales: “He cumplido con mi deber. Bendito sea Dios”.
Cortesía Herencia Cultural Cubana