por Armando de Armas
Llegados al punto en que ahora nos encontramos, los cubanos tendríamos nuevamente tres caminos a escoger: un camino de modelo chino o venezolano, es decir, socialismo iluminista del siglo XXI; un camino de democracia demagógica y tercermundista, sin libertad, que ha ido ganando terreno no ya en Europa y América Latina, cuna de los experimentos sociales la primera y replicadora caricaturesca de ellos la segunda, sino en los mismísimos Estados Unidos del presente, al olvido los Padres Fundadores; y uno de libertad en que, paradójicamente, pudiera no haber democracia, o una democracia defectuosa, perfectible, en que se respete al individuo y a la propiedad, y no tanto a esos que en nombre del iluminismo inducido, y en nombre de la democracia, quieran entorpecer el ejercicio de la libertad.
Regímenes de libertad sin democracia fueron los de Francisco Franco Bahamonde en España, el de Chang Kai-Shek en Taiwan, o el de Augusto Pinochet en Chile, por poner tres ejemplos. Ninguno deseable, la verdad, pero necesarios dadas las circunstancias que enfrentaron. Regímenes que, por cierto, desovaron prósperas democracias al final. Cosa que no habrían hecho, para nada, los regímenes que ellos desplazaron o evitaron.
Sería de lamentar que tras medio siglo de haber pactado a la extrema izquierda, tuviésemos que pactar ahora a la extrema derecha. Lo ideal sería el pacto con la sombra, el hasta ahora tan elusivo para nosotros. Una Constitución que proteja a las minorías de las mayorías, y no al revés. Al individuo del Estado, y no al revés. Una donde la propiedad privada sea tan sagrada como la vida; porque, no nos engañemos, donde se viola el derecho a la propiedad termina violándose el derecho a la vida. Donde se garantice la libertad de cultos, de expresión y pensamiento.
Una sociedad que se pueda ir curando de tanta moralina. Y no ya de la moralina religiosa, sino de la positivista con base en la religiosa; una mezcla nefasta la de la moralina religiosa con la moralina modernista; de catolicismo y socialismo. De José Antonio Saco a Fidel Castro el pensamiento insular, con muy contadas y honrosas excepciones, se ha reducido mayormente a nutrirse de esa mezcla nefasta. Por eso Castro no logró hacer que el rebaño insular se pusiese a buen recaudo cuando apareció en el horizonte, antes bien lo cautivó. Castro sería el epítome de la moralina revolucionaria, inducida o intrínseca, en nuestro inconsciente colectivo.
Nada contra las Iglesias, deben proliferar, sobre todo las relacionadas con nuestras raíces cristianas, católicas o protestantes y sincréticas. Ojo con las islámicas. Ningún complejo con eso. Recuerden, no se trata del deber ser, sino del ser; de lo que es y punto. El deber ser, el discurso del deber ser, nos ha llevado en nuestra historia al estadio, casi, del no ser. ¿Se imaginan madrazas en Jatibonico? ¿Burkas andantes por Galiano? No, pues, hombre, depende de cómo empecemos a manejar en lo adelante las categorías del Bien y el Mal. Hasta el presente ambas categorías las hemos manejado alegre o envaradamente, pero nunca con profundidad, y menos con responsabilidad; al respecto hemos discurseado mucho, pontificado más y actuado menos. Creo que sería prudente entender, en el justo balance de lo que esté en juego, que Bien a veces es Mal y, ergo, que Mal a veces es Bien. Que no tener cabalmente en cuenta, análisis y oración mediante, que no siempre ocurre eso de que el fin no justifica los medios, pudiera ser no sólo irresponsable, sino criminal: a b c del estadista, pero también del individuo, en la soledad del tribunal de su conciencia y frente al dédalo de decisiones a enfrentar en la vida; vida de una nación, vida de una persona liberada de la masa amorfa. Sólo así evitaríamos el absurdo de madrazas en Jatibonico, Burkas andantes en Galiano, nuevos castros, castos en el horizonte, con su moralina, moralina como vaselina; muelas de cangrejo royendo en las costas, costillares de la isla.
Muchas iglesias en Cuba, convertir los cuarteles en iglesias, no en escuelas como dijeron los castristas con su moralina positivista; todas las de índole cristiana, más las congas y yorubas, más los templos masónicos; toda la gama del Occidente maridado con el Oriente; ojo, el Oriente que sabiamente hemos incorporado durante milenios, no el del islamismo que nos quieren incorporar, meter; muchos templos para los asuntos del alma, pero también para los asuntos sociales. Y, también, claro, muchos burdeles y muchos casinos. A pecar para poder arrepentirnos. Un poco volver a la Edad Media, esa gran época, en los ciclos del carnaval y la cuaresma, del pecado y el arrepentimiento, del dolor y el placer. Los medievales y los antiguos, tan sabios, lo entendieron; los modernos, tan listillos, lo hemos olvidado; una sociedad que peca y se arrepiente es una sociedad estable y feliz. Playa y sol, convento y oración. Ahí estamos, estaremos, listos a noventa millas de la economía, todavía y por mucho tiempo, más poderosa del mundo. Aprendamos, finalmente, que esa es nuestra gran suerte, la que no supimos aprovechar. Que todas nuestras tragedias parten de no reconciliarnos con ese hecho geográfico. Aprendamos a aprovechar esa gran suerte en el futuro. Sin complejos. Reconciliarnos con lo que somos, sacarle beneficio a lo que somos, no venir a pelearnos estúpidamente con lo que somos. Eso se llama nacionalismo saludable.
Habría también que rediseñar nuestras alianzas y vecindades. El congresista federal estadounidense Lincoln Díaz-Balart ha desarrollado el atinadísimo concepto de nuevas vecindades para la isla, nuestras nuevas vecindades serían de la índole de la experiencia vivida y también de la postura adoptada respecto a la tiranía más larga padecida en el hemisferio occidental. Esas nuevas vecindades incluirían sobre todo a los países ex comunistas de la Europa del Este, especialmente República Checa, Hungría y Polonia, Israel, Taiwán y Estados Unidos. En ese orden de cosas, Latinoamérica toda está más lejos de nosotros, gracias a Dios, que Letonia, por ejemplo. Creo que el primer político, poeta, pensador, u otra especie, que en la Cuba del futuro hable de la hermandad latinoamericana debería ser abucheado por tonto, o por demagogo. Nunca en la historia fueron nuestros hermanos, ni lo son, ni lo serán; ni tampoco lo fueron entre ellos, ni lo son, ni lo serán; si no que le pregunten a Alvaro Uribe de Colombia o a Roberto Micheletti de Honduras lo que han recibido de sus hermanos continentales. Por cierto que ese abandono de la isla a su suerte va de Simón Bolívar a Augusto Pinochet, de Gabriel García Márquez a Juanes. Martí, tan atinado en tantas cosas, estuvo errado en el latinoamericanismo.
Los cubanos tenemos la reconciliación nacional como asignatura pendiente. Pero no se me embullen, no se trata de esa reconciliación nacional a medio camino entre lo tontorrón y lo truhanesco, esa del verdugo y la víctima dándose la lengua en el mismo banquete, donde la víctima es más despreciable que el verdugo, tan cara a la moralina isleña, moralina como vaselina, recuerden. No, nada de eso, se trata de la reconciliación con nuestros vicios y virtudes, con nosotros mismos en tanto individuos conformando lo nacional defectuoso; se trata de aceptar, aceptarnos en nuestras verdaderas dimensiones. Se trata de poner a pastar, pactar, a nuestros dioses y demonios en los claroscuros del anochecer. De huir, aterrados, de la incandescente luz del mediodía.