por Carlos Scholkow
“Mantenerse en el anonimato es el signo de una sociedad violenta, agresiva, incapaz de aceptar y asumir la crítica, incapacitada para el diálogo y la conversación abierta, con miedo al otro y a su diferencia”, expresa nuestro colega José Luis Sito en uno de sus comentarios en Cuba Inglesa. Y parece pertinente hacer la distinción, pues como escribimos bajo la protección de sociedades abiertas –en mi caso vivo en Florida, Estados Unidos—, el lector pudiera asumir que Sito se refiere a la sociedad española, o francesa, o norteamericana, o inglesa, y no es así. Apunta a la cubana.
Es el hervidero cubano, esa sociedad trasplantada a sus países de acogida, el que se refleja en la blogosfera. Se trata prácticamente de los mismos cubanos que habitan la Isla, sólo que con algo más de información y, por supuesto, mucha más experiencia acumulada en libertad. Pero de cubanos que, al fin y al cabo, continúan reproduciendo los mismos males que dejaron atrás, y que también pueden observarse en otros asentamientos, fundamentalmente aquellos de origen latino.
“El anónimo lo es en estas condiciones por obligación, porque no le queda otro remedio para hacerse oír y destapar las calamidades públicas. ¿Cuántos panfletos y libros se escribieron bajo el anonimato? ¿Qué otra solución queda para no ser perseguido y despedazado por la intolerancia y la hipocresía general?”, termina preguntándose Sito. Y le respondo aquí sucintamente: Tal vez conformando una masa crítica que dé la cara desde la asunción de una solidaridad interpersonal.
Para ello, lógicamente, se necesita a individuos no sólo capaces de ejercer la crítica, sino la autocrítica. Individuos en capacidad de crecer a partir de la asimilación de la crítica ajena, capaces de organizarse y trabajar en función del bien común. Del bien de cada uno de ellos bajo el paraguas protector –que no cómplice— de cada uno de ellos. Suena simple, pero no es cosa de coser y cantar.