Esa tarde empezaron los vientos. Recuerdo que estábamos conversando en el patio. Mi hermano Carlos nos contaba anécdotas de la guerra, de la que recientemente había regresado. Los vientos empezaron de pronto a batir del norte al sur, una dirección extraña para esa época del año. Lo que nos llamó la atención fue que la velocidad del viento era constante, algo más peculiar todavía. No había ráfagas. No amainaba. Era como un río de aire sobre nuestras cabezas. Carlos tuvo que dejar de hablar porque sus palabras se las llevaba el viento. Resultaba imposible escucharlo también dado que el viento traía palabras que venían de otros lugares y que no entendíamos no sólo porque pasaban muy rápido sino porque eran palabras en otros idiomas. Entramos a la casa. Mi madre nos hizo café mientras Carlos y yo buscábamos en la televisión alguna noticia que explicara lo acontecido. La televisión nos decía que lo de los vientos era un fenómeno global sin explicación.
El viento arrastraba no sólo palabras sino otros ruidos también. Se hacía imposible estar afuera. Las personas empezaron a tapiar las ventanas y mantener la televisión o el radio puestos para así cubrir los ruidos que el viento arrastraba consigo. La gente que vivía en el campo empezó a oír ruidos de ciudad y los que vivían en la ciudad empezaron a oír los del campo. Un bloguero famoso lo llamó la “democratización del ruido”, pero a mucha gente no le hacía demasiada gracia esta supuesta democratización. Los países pobres empezaron a quejarse ante las Naciones Unidas de que los países ricos hacían mucho más ruido que ellos y que deberían pagar algún tipo de impuesto a las naciones pobres que tenían que recibir los ruidos de la modernidad y la abundancia cuando no poseían ninguna de estas dos cosas. Simplemente no les parecía justo. Las naciones ricas también protestaron porque decían que ahora tenían que oír los ruidos anticuados de las naciones pobres, algo que ellos ya habían superado al llegar a la modernidad. Simplemente no les parecía justo.
Un día los vientos cesaron como mismo habían empezado: de pronto y sin explicación alguna. Y todos fueron felices de nuevo, las naciones pobres, las ricas, la gente del campo y de la ciudad, todos satisfechos por haber recuperado sus propios ruidos.