por José Luis Sito
Irán y Cuba, con sus evidentes diferencias, culturales y religiosas, poseen, no obstante, una característica común: ambos son dictaduras. Además, se trata de dos regímenes con particularidades totalitarias y autoproclamados herederos guardianes de una revolución.
Esta proximidad en la “filosofía política” puede resultar útil para analizar los últimos acontecimientos en Irán, y relacionarlos con la resistencia cubana.
La sublevación del pueblo, la insurrección popular iraní de junio de 2009, condujo a un temblor del poder de Teherán. Por primera vez el muro de separación entre espacio privado y público se derrumbó. La calle se convirtió en un lugar donde expresar críticas, reivindicaciones y protestas contra el gobierno clerical. Las fuerzas del país se reunieron para reclamar el respeto de la voluntad del pueblo y sus derechos humanos y políticos. Todo ello constituyó una amenaza contra la ideología que distribuye el régimen. Y algo muy importante, este hecho insurreccional, propagado por todos los medios de información, divulgó al mundo el carácter dictatorial y represivo del régimen iraní. Los ayatolas ya no pueden esconder la realidad.
Todos los pueblos que han sufrido una dictadura similar a la iraní o a la cubana han tenido inevitablemente que alzarse contra el poder. La resistencia contra la opresión no puede ignorar esta tarea necesaria y vital para conquistar la libertad, aunque en ningún caso puede consistir en acciones violentas. Si la violencia se desata es aquella del poder, mostrando su verdadera naturaleza.
El movimiento de resistencia reclamando la libertad y los derechos del pueblo tiene que organizarse de manera que socave la autoridad del régimen, instalando entre sus miembros la duda y el temor. La dictadura castrista teme antes que todo la contestación callejera, la protesta pública, la manifestación al aire libre. Una vez instalada la insurrección, el temor se apodera irremediablemente de los dirigentes. Los dictadores temen a su propio pueblo, por eso los pueblos no deben temer a los dictadores. La fuerza de un pueblo en marcha es como el incendio en un bosque.
Los hay que concluirán que la insurrección iraní no produjo la libertad esperada, ni siquiera el derrocamiento del actual gobierno. Sería pensar inconsistentemente. El movimiento de masas iraní es el primero democrático en Oriente Medio. Es anti-islamista. No persigue una idea religiosa, sino el Estado de Derecho. Esto es una novedad y resulta de considerable importancia para todos los países musulmanes. Hoy la dictadura islamista está desacreditada en el exterior, dividida y debilitada al interior del país. La sociedad civil iraní ha resurgido y constituye una fuerza formidable.
Todo este alcance le falta, cruelmente, a la resistencia cubana frente a la dictadura. Sin embargo, los dirigentes de las organizaciones de resistencia pueden llevar al pueblo cubano por el camino de la libertad, el cual pasa inevitablemente por el surgimiento de una insurrección, pacífica pero determinada. Sería una señal extraordinaria. Ese ejemplo no sólo constituiría el comienzo de la caída de la más antigua y trágica dictadura del continente, sino el nacimiento de una era, de un nuevo devenir para Latinoamérica.
Difícil, dirán algunos. Pero “sólo lo difícil es estimulante, sólo la resistencia que nos reta”.