por Antonio Ramos Zúñiga
Ni arte ni provocación: es negocio, cumbancha de la buena, con etiqueta de “intercambio cultural”. No vale teorizar si tocar salsa en La Tropical o en Miami es arte o contra-cultura, pero los exiliados cubanos no perdonan que Juan Formell, el líder de la banda, sea fidelista confeso y por demás un bocón grosero. Ha gritado “¡Viva Fidel!” en público y el tipo cae mal. Se viene a ganar la plata en grande donde millares de víctimas del castrismo aún luchan por el desquite.
La provocación por tanto está implícita; cuando la percepción es más ideológica que artística, se arma el merequetén. El cash, sin embargo, no entiende de razones y sinrazones. El pase de cepillo castrista menos. Lo que es bueno para los patrocinadores y las estaciones miamenses que promocionan el concierto en un teatro donde caben ocho mil personas, se ha convertido en el más serio desafío moral que enfrenta el anticastrismo desde la última visita de Los Van Van y los sucesos de Elián.
Sin embargo, ¿qué hacer si la libertad americana permite cantar y rumbear en Miami a los calificados de “indeseables agentes culturales castristas”? ¿Por qué para unos Los Van Van huelen a conspiración y para otros son una oportunidad de ver a músicos queridos de la isla? ¿Qué podemos agregar a los pro y contra de los debates radiales, etcétera? Se aduce que los judíos no aceptarían que tocaran músicos neonazis delante de sus casas. Olga Guillot, una de las grandes cantantes del exilio, ha dicho que este espectáculo es una humillación. Algunos cubanólogos afirman que el concierto es otra brecha de la ofensiva castrista para tomar la plaza fuerte enemiga.
Ya está en marcha un boicot masivo para protestar a las puertas del concierto, pero alguna gente se opone al mismo, incluyendo anticastristas que prefieren la tolerancia, no hacerle el juego al diversionismo procastrista y evitar la propaganda adversa inducida por la prensa liberal como ha ocurrido otras veces, la última con Juanes en La Habana. Pero a favor de las protestas pacíficas hay una lógica moral y política: el tal “intercambio cultural” sólo favorece a los artistas que vienen, al prohibir Castro que artistas exiliados como Gloria Estefan o Willy Chirino vayan a la Isla, mientras el gobierno americano mantiene un silencio cómplice.
De paso, el eco de la catarsis exiliada, aunque tenga detractores en los medios, servirá como señal de que el fin de la historia ha sido postergado. La espina sigue atravesada después de medio siglo. Ni arte ni provocación, sólo dinero: el paso de Los Van Van por Miami es de esos buenos negocios que se hacen contra viento y marea.