por Ignacio T. Granados
A la distancia de un tiro de flecha
un hombre dispara su saeta
sobre otro hombre agazapado
JLL
Entre los tópicos recurrentes de Lezama Lima, está el del arte en oposición a la poesía; en relación que no es contradictoria más que en el perplejo momentáneo, porque en verdad se refiere al vocablo griego para la Técnica [Ars/Tekné]. Es en esa sutileza que residiría la profundidad de la aparente contradicción, igual que un terremoto posible en las alas de una mariposa; es decir, en el desfase por el que los modernos asumieron el arte como algo distinto de la técnica, al relacionarlo más con la individualidad del genio.
Bien que la diferencia, como un concepto móvil y relativo, sería sólo genérica; pero de ambigüedades de este tipo está lleno el conceptismo moderno, y gracias precisamente a su persistente racionalidad. Para eso ha servido el sentido recto, al que tanto apego profesaron ilustrados y racionalistas, para torcer más aún los alambrones ya torcidos con que escribe Dios, tratando de destorcerlos, a veces hasta partirlos en tanta retorcedura.
La misma idea de la poesía en oposición a la técnica no pasaría de ser un equívoco iluminista y seudo-místico; en el mismo sentido piadoso —y racional ilustrado— de la Creación como el poema de Dios, que antecede a la técnica. Pero retraer lo técnico a lo humano es ya desconocer los alcances del concepto mismo, en el que técnica se refiere a modo; es decir, más que al artificio, se referiría a la inteligencia en que ocurren las cosas como una dialéctica. De ese modo, el poema mismo de la Creación sería, en su propio Ser eso en sí, la propia Tekné de Dios; sin que lo uno anteceda a lo otro, cada uno presuponiendo al otro como su complemento necesario.
Será de ahí que provengan las múltiples perplejidades que salmodia el asombrado poeta, como cuando concilia a Pascal y Aristóteles con la finta de una crisis filosófica; porque es naturaleza de lo humano pretender el desentrañado de esa parábola que traza la saeta, disparada a la distancia del tiro de flecha por un hombre sobre otro hombre agazapado. Es la determinación histórica, por más que se resuelva como una crisis ontológica; la existencia humana como poética, que es la praxis misma de Dios, en ese Poema que no termina nunca y que resulta en una ópera sangrienta.