por Anonimón III de Alejandría
No era la derrota algo que el joven líder pudiera concebir, siempre quedaba el espíritu para intentarlo nuevamente todo; así pensaba y no era precisamente un defecto suyo, sino el aire de los tiempos, que todo lo contaminaba de irresponsable heroísmo. Por eso aquel súbito desplazamiento suyo en el certamen de Thamacún no lo había amilanado, sino que lo espoleaba en su dignidad; aunque demasiado orgulloso para probar suerte dos veces donde no le habían reconocido la primera vez, decidió que su campo era el vasto campo de la heroicidad ética. Después de todo, concluía con su ingenio brillante, el valor está en la vaciedad; toda batalla hay que ganarla con la intrascendencia, que es lo que obnubila a las multitudes con palabras sonoras.
Era un recurso tomado de la poesía, esa ciencia magnífica de la Idea pura [¿Eidos?]. Cambiar los vocablos de lugar no necesariamente alteraba las frases en su sintaxis, y en cambio les prestaba nueva sonoridad; aunque eso las expusiera a la mayor ambigüedad de ese sentido inalterado, que siendo parabólico ya no era recto.
Así, desgastada en un certamen inútil la más brillante de sus frases, escogió otra del cofre inagotable de su intelecto. “Ser cultos para ser libres”, pensó, no importa que la cultura precisara de la libertad para ser verdadera, so pena de encerrarse como nueva cárcel en su apariencia. Frase que por intrascendente estaba destinada a la gloria, no la desgastaría en concursos populares; mejor invertirla en el otro, el de la batalla de ideas, donde muestran los héroes su imperecedera vulgaridad.
Cortesía West Havana in Exilium Tremens