por Jorge A. Sanguinetty
Una de las causas principales de por qué los cubanos no se organizan con facilidad es que no se caracterizan por mantener diálogos organizados. Este importante fenómeno fue apuntado por Ortega y Gasset en su libro España Invertebrada, donde hace unas nueve décadas se refirió a las divisiones entre los españoles y la frecuente desorganización de sus diálogos.
Comparando las formas predominantes de diálogo entre cubanos con las formas típicas de otras culturas (en este punto es inevitable mencionar como ejemplo a los ingleses), cualquiera se da cuenta que nuestros intercambios tienden a ser difíciles, lo cual, entre otras cosas, no conduce fácilmente a acuerdos. Y mucho menos a acuerdos que requieren compromisos de acciones que deben mantenerse por largo tiempo.
El problema hay que apuntarlo para superarlo, aunque no son sólo los diálogos desorganizados los que impiden que los cubanos se organicen eficazmente. Hay otros muchos factores que no puedo tratar en este espacio, pero que se pueden mencionar, como son la voluntad colectiva de adquirir un compromiso y cumplirlo, la necesidad de ser preciso en las comunicaciones y las acciones (la puntualidad es una expresión definitiva de estas formas de comportamiento), la confianza interpersonal que existe en los grupos que funcionan con gran eficacia (como lo hacen los comandos en una operación militar de alto riesgo), etcétera. Yo creo que muchos cubanos sufren hoy de una crisis de confianza en su capacidad de organizarse para actuar colectivamente en defensa de sus intereses. Por eso muchos prefieren abandonar el país, porque ya no creen ni en él ni en ellos mismos.
En las condiciones predominantes en Cuba es difícil organizarse para casi cualquier forma de acción colectiva, pues el gobierno y su aparato de seguridad sospechan que toda agrupación puede servir para fines políticos, lo cual es cierto. Sin embargo, eso no ha impedido que las Damas de Blanco, los movimientos disidentes o independientes y la iniciativa de recoger firmas para demandar reformas hayan sobrevivido los embates de la tiranía. Hay que apuntar que cuando estas iniciativas (todavía insuficientes) aparecen en Cuba, captan la atención de algunos observadores externos, cubanos y de otras naciones, que llegan a ejercer, cada uno a su manera, alguna presión sobre el gobierno cubano para moderar su reacción.
En la actualidad, hay claras manifestaciones de descontento en Cuba, especialmente entre los segmentos más jóvenes de la población, pero son manifestaciones individuales, sin base organizativa y por lo tanto de impacto limitado. Estos jóvenes y los que no lo son tanto pueden comenzar a organizarse aun cuando de inmediato no sea con fines políticos, para ir desarrollando una cultura organizativa que oportunamente servirá para muchos otros fines. Tales iniciativas debieran ser apoyadas por el exilio cubano para facilitar el proceso de formación de una sociedad civil capaz de cambiar los destinos del país. Los cubanos comenzarán a ganar su libertad cuando se liberen del monopolio organizativo del gobierno.