Hay otros clips de Jorge Luis Borges, en los que su imagen queda más sobria y convencional; este es mejor, porque lo revela como fue, un viejito amable, a veces no muy seguro, ansioso y feliz y cordial. Nada que ver con la imagen casi monstruosa con que fue adorado, Dios sabe por qué oscuro deseo de sus seguidores, porque es evidente que la tiesura de esfinge la puso el culto vulgar que recibió, no la proyectó él mismo. Este fue Borges, el mismo que escribió esos cuentos de aliento metafísico y filosófico; es también el de poemas tiernos a un pueblo y a un amor, tan bellos como las filigranas con que entendió su propia paradoja. ¿Hermético o recluido a una forma peculiar? Él dijo no escribir para un público selecto, pero tampoco cediendo a la vana banalidad del arrimado. Es obviamente el memorioso, porque todo el misterio reside en las profundidades de esa caverna ciega que tuvo sobre sus hombros, asombrada de las peregrinaciones y los cultos que recibió y que, mortal al fin y al cabo, disfrutó con amabilidad.
De la serie Voces Literarias, de Ignacio T. Granados