jueves, 25 de febrero de 2010
Cómplices y responsables
por José Luis Sito
La muerte de Orlando Zapata Tamayo no es únicamente un asunto entre cubanos. Es también un asunto cubano-latinoamericano. El asesinato de este preso político fue viable hoy porque los gobiernos latinoamericanos lo hicieron posible ayer.
La responsabilidad de este crimen horrendo, de estas torturas infligidas en los calabozos, recae también sobre las cabezas de los gobernantes latinoamericanos. Responsabilidad por la complicidad e indiferencia ante la situación espantosa que vive el pueblo de Cuba, ante la ausencia de libertades y el desprecio a sus más mínimos derechos. Este silencio, estas simpatías por una dictadura totalitaria, han sido la luz verde, la autorización, para que el régimen persista a sus anchas y aumente su represión, su hostigamiento sobre aquellos que desean y reclaman el derecho legítimo de vivir libres en su país.
Unas horas después de la muerte de Orlando Zapata Tamayo, aparecía en La Habana un rutilante Luiz Inácio Lula da Silva. Mientras el humilde obrero cubano moría víctima de los golpes recibidos en los inmundos calabozos castristas, el altanero gobernante brasileño entramaba conversaciones amistosas y de negocios con la dictadura bicéfala. En particular, para asegurarse de la inversión montada en El Mariel, aquel puerto del éxodo de 125.000 seres humanos, desterrados por la miseria, el odio y el terror. Tras su encuentro con el dictador máximo, y cuando hacía pocas horas Zapata Tamayo venía de agonizar, esquelético y entumecido, el brasileño declaraba que “Fidel Castro estaba extraordinariamente bien”.
Lula, como tantos gobernantes latinoamericanos, por su respaldo y complicidad con la dictadura cubana, tiene en su conciencia la muerte de Orlando Zapata Tamayo.
Hay que recordar aquellos tiempos cercanos en que sonaban las trompetas de los fascinados por los cambios raulistas. Maravillosos momentos donde se alababan las ventas de DVDs y ollas arroceras. Por fin llegaban los cambios tan deseados, y hasta se veía venir la transición, a la española. Muy pocos advirtieron entonces que aquello no constituía ningún cambio, y que tampoco había motivo para describir al general hermano como un humanista liberal, sicológicamente más estable y menos perverso que el comandante. Hoy, Raúl Castro se revela como lo que siempre fue: la sombra negra y el ejecutor de las bajas tareas ordenadas por su hermano.
No solamente el terror y la represión no cesaron, sino que aumentaron considerablemente bajo formas y métodos más silenciosos, ocultos y perversos. Represión auspiciada y favorecida por la disposición colaboradora, el silencio y la tolerancia de los países latinoamericanos. El asesinato de Orlando Zapata Tamayo demuestra cruelmente esta evidencia: Raúl Castro es tan criminal como su hermano, si no más. Son dos caras de la misma ignominia.
La responsabilidad de este crimen recae sobre todas estas miserables complicidades, desde Michelle Bachelet, pasando por Cristina Kirchner, hasta Felipe Calderón o José Miguel Insulza, que han contribuido a darle tiempo y oxigeno a una dictadura en estado de descomposición avanzada. Una responsabilidad internacional. Con una mención especial para el cinismo, la despreciable actitud de un gobierno socialista que ha deshonrado a España. Miguel Angel Moratinos quedará como el retrato de toda una época, ahogada en compromisos cuatreros, pactos insanos y negociaciones que venden a naciones enteras por un plato de lentejas.
No quiero terminar sin hacer yo mismo, sobre mí mismo y sobre la resistencia cubana, un ejercicio imprescindible de crítica. Y de responsabilidad por lo sucedido. Si no podemos sostener --salvo falsamente, horrorosamente— que los resistentes son responsables de la muerte de Orlando Zapata, lo que sería asemejarnos a los esbirros que lo asesinaron, sí podemos recorrer el camino que nos ha llevado a esta muerte anunciada.
¿Hemos sido capaces de llevar al pueblo cubano por el camino de la libertad? ¿Esta muerte no debiera unirnos a todos definitivamente? ¿Cuáles han sido nuestros errores? ¿Cómo superarlos?
¿Que huimos cuando nos marchamos, nos refugiamos, nos exiliamos? ¿No huimos de nuestros propios demonios o de nuestros sueños, ahora pesadillas inmundas? El castrismo nos ha separado, pero, ¿no somos nosotros los que nos hemos separado de nosotros? Nos hemos separado de nosotros mismos, de nuestros sueños de libertad, de nuestros deseos, y nos hemos separado los unos de los otros.
Orlando Zapata Tamayo recibirá lo que le debemos cuando demos a Cuba aquello por lo que tanto luchó, por lo que perdió la vida: La libertad.
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