por Armando Añel
¿Qué es el Socialismo del Siglo XXI al fin y al cabo? Una respuesta adecuada a esta interrogante pueda hallarla el lector en un libro ya clásico, Manual del perfecto idiota latinoamericano, escrito por Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Alvaro Vargas Llosa. El famoso muñeco socialista resulta que es el mismo perro de hace medio siglo, pero con el collar más usado.
En cualquier caso, aquí no pretendemos desarrollar una radiografía del movimiento “bolivariano”. Más bien se trata de explorar, brevemente, el perfil sicológico, mediático, público, de sus principales abanderados. Seis destacan particularmente:
Manuel Zelaya. Entre todos los idiotas, sobresale por su tendencia a representar las idioteces sobre el terreno, motoramente. Mientras Hugo Chávez o Evo Morales escenifican verbalmente su ridiculez, a lo Cantinflas, Zelaya es más un idiota de gaps, estilo Chaplin.
Daniel Ortega. Un sobreviviente. Son ya míticos su alcoholismo y su despotismo rastrero. Es plano, burdo, y con los años se ha vuelto peligroso.
Rafael Correa. Probablemente, el menos idiota de los abanderados del Socialismo del Siglo XXI. Pareciera un hombre inteligente, pero su rencor a Estados Unidos, donde su padre fue encarcelado por tráfico de drogas y a causa de lo que después se suicidó, debe haberle nublado las entendederas. Correa es el ejemplo perfecto de que el antiamericanismo o el socialismo bolivariano son, más que ideologías o tendencias de gente poco entendida, ideologías o tendencias de gente resentida.
Evo Morales. Morales pudo ser un símbolo indígena y acabó siendo un payaso. No se detiene ante nada, al punto de haber sido capaz de protagonizar una hilarante “huelga de hambre” durante su presidencia.
Hugo Chávez. La apoteosis. Lo inaudito. El colmo de la babosería. El golpista venezolano no tiene sentido del límite ni acepta más lealtades que las que acarician dulcemente su ego monstruoso. Nacido para avergonzar para siempre a su país, es menos un hombre que una estrambótica serie de caricaturas.
Raúl Castro. El patriarca en ausencia de Fidel Castro, curiosamente, conoce sus limitaciones. A diferencia de un Chávez o un Zelaya, cuya promiscuidad escenográfica no respeta fronteras, sabe que tiene muy poco que ganar exhibiéndose públicamente. Pero está obligado a hacerlo, y a veces incurre en chapucerías inefables, como la de cantar “en chino”, por ejemplo.
Alguien se preguntará: ¿y por qué no aparecen en la lista Cristina Kirchner o el mismísimo Rodríguez Zapatero? A Zapatero al menos, atrapado en los escenarios y estructuras de una democracia establecida, como la española, no le queda otra alternativa que controlar como buenamente puede su tendencia a hacer el ridículo, y a ratos lo consigue. Y de Cristina qué decir. De una dama no cabe hablar demasiado. Mejor que ella se encargue.
Cortesía Libertad Digital