por Roberto Lozano
Cualquier nación civilizada y liberal puede hundirse, en un tiempo relativamente corto, en la tiranía y la barbarie. No es muy largo el camino que separa a la libertad y la convivencia entre hombres libres del predominio de la razón de Estado y la subordinación total del individuo a los caprichos de un tirano. Ya en 1944, el economista Friedrich A. Hayek dejaba claramente establecidos los mecanismos a través de los cuales puede ocurrir esa transición, y alertaba al mundo sobre el peligro del totalitarismo, que observaba igualmente en Rusia y en Alemania.
Según Hayek, el descenso a la servidumbre ocurre usualmente como consecuencia directa de una crisis socio-económica con hiperinflación, como la que experimentó Alemania antes del nazismo, o como resultado de períodos de corrupción generalizada e inestabilidad política, como los sufridos por Rusia a finales del zarismo. Es natural, como explica Hayek, que las crisis generen altos niveles de ansiedad en las poblaciones de los países que las sufren. Precisamente, la desesperación crea las condiciones psicológicas necesarias para la entrada en escena del líder carismático y oportunista. Eso ocurrió incluso en los Estados Unidos, con la elección de Barack Obama. En realidad, ninguna nación desciende al totalitarismo de un día para otro, el camino de la servidumbre totalitaria es un proceso a veces lento, al que se puede llegar por medio de las urnas, como en Alemania, y que también tiene causas subrepticias de corte cultural.
Para los cubanos, las observaciones de Hayek se cumplen al pie de la letra. Si bien el influjo del líder carismático sobre la psicología y la vida nacionales comienza en el juicio del Moncada, ese evento no habría ocurrido sin la corrupción rampante que mellaba la confianza del pueblo en el gobierno democrático de Carlos Prío Socarrás, y sin un 13 de Marzo que trunca el orden constitucional. La dictadura de Batista vino a “salvarnos” de la corrupción de la república democrática, y Fidel Castro promete acabar con ambas. El juicio del Moncada, con Castro como héroe, es entonces el punto de partida del descenso cubano a la servidumbre totalitaria, pero también el punto de destino de una República fracasada en su vida política, aunque exitosa en su vida económica. El juicio del Moncada es el punto de inflexión de nuestra historia reciente, como mismo lo fue para Alemania el juicio a Adolfo Hitler por el fracasado Putsch de 1923.
La corrupción y el Golpe de Estado crean las condiciones necesarias para nuestro descenso a la servidumbre. Sin embargo, no hay dudas de que Fidel Castro, por su personalidad magnética, su carisma y su habilidad para agitar emocionalmente a las masas, es un factor clave en ese proceso.
Al exponer un programa “humanista” como parte de su autodefensa legal durante la intervención oral ante el tribunal que lo juzga por el ataque al Cuartel Moncada, Castro logra que su popularidad crezca exponencialmente entre las filas de la oposición, convirtiéndose en su líder nacional.
Fidel Castro utiliza su juicio para vender el sueño de la “restauración democrática”, como mismo Hitler utiliza el suyo para vender la “restauración del honor alemán violado en el Pacto de Versalles”. Como el segundo, el primero oculta su intención de imponer el totalitarismo una vez asaltado el poder y destruida la República. También explota a su antojo la figura de José Martí, designándose como el heredero de su lucha, de la misma forma que Hitler clamaba ser el heredero de Bismark.
Fidel Castro, como Hitler, oculta sus intenciones totalitarias durante el juicio, y posteriormente en la Sierra Maestra y durante los primeros meses de su gobierno, sencillamente porque era lo mejor que podía hacer si quería llegar al poder y retenerlo. Ya lo había dicho en una carta a Conte Agüero, mientras disfrutaba de sus “vacaciones revolucionarias” en Isla de Pinos: “Sonríele a todos, que ya habrá tiempo más adelante para aplastar a todas las cucarachas juntas”.