por Juan F. Benemelis
En el entorno lunar, de poca gravedad, todas las formas de transportación serían más económicas que en la Tierra. Al igual que en nuestro planeta, los aviones de propulsión pueden especializarse para distancias más lejanas, dejando como estilo más común de transporte al monorraíl levadizo que, impulsado por la super-conductividad electro-magnética y viajando a través del vacío lunar, no enfrentaría una fuerte resistencia de fricción atmosférica o de otro tipo, y así enlazaría en una red a estas ciudades cupuladas.
No sólo el traslado humano puede ser más rápido que en la Tierra, sino que el comercio resultaría más activo. Reducido su peso promedio en un 20%, el humano podría consumar, dentro de estas enormes cúpulas, el sueño de Pegaso: volar y planear con alas rudimentarias. Allí se recuperará el viejo invento de las bicicletas volantes y de los carros aéreos propulsados por aspas. La base alimenticia descansará en los hidropónicos y en los alimentos sintéticos. Un bosque lunar será una verdadera fantasía: dentro de estas ciudades tapadas con cúpulas transparentes y con una gravedad minúscula, los árboles podrán crecer a alturas espectaculares —alcanzando los 200 metros—, permitiendo incluso la construcción de viviendas en sus ramas.
Estos oasis lunares brindarán espacio habitable suficiente para una población de cientos de millones de humanos, y para un amplio abanico de otras formas terrestres de vida. Cada una de los millares de ecósferas contendrá una ecología que preservará toda la diversidad de las criaturas vivientes en la Tierra, escogidos por su capacidad de adaptación a los microclimas y por su tolerancia a otras especies. Debido a su pequeña atracción gravitatoria la Luna es menos susceptible que la Tierra para sufrir impactos destructores de bólidos y, de suceder este tipo de catástrofe, sólo destruiría un puñado de ciudades-cráteres. La riqueza genética se protegería mejor que en nuestro planeta madre.
La Luna puede llegar a ser más relevante que la Tierra en la articulación de una economía y del comercio a escala del Sistema Solar, en lo que influiría positivamente la viabilidad de despegue de los vehículos espaciales, que no tendrían que luchar contra la enorme atracción gravitatoria, como en nuestro planeta. Nada impide que la Luna se transforme en el punto ideal de atraque intermedio para el reabastecimiento de las inmensas naves interplanetarias que viajarán desde la Tierra hacia otras zonas del Sistema Solar. Como otros asentamientos espaciales, la Luna estará en disposición de manufacturar todo el universo de artículos, maquinarias y tecnología espacial imprescindible en otras latitudes, en forma más ventajosa. A la Tierra la limitan su atmósfera, su pesante gravedad y la imposibilidad de trabajar ciertas aleaciones y equipos de precisión.
Unas de las ramas especializadas a desarrollar en la Luna es la del ensamblaje de vehículos espaciales y de mini-fábricas transformadoras de materias primas planetarias. Allí será más sencillo construir naves y equipos especiales de propulsión. El suelo lunar, empleado para escudarse de las radiaciones, proveerá el oxígeno de los motores para cohetes y los componentes para la silicona de los paneles solares eléctricos. En la Luna pueden fundarse compañías constructoras y de servicio de estaciones orbitales o de estaciones de colonos en superficies, puesto que su elaboración sería más operable y económica que en la Tierra. Sus industrias confeccionarían e instalarían los generadores solares y las redes de comunicaciones complejas. Por la misma razón sería relevante el diseño de maquinarias, computadoras y robots para las industrias compactas de uso local. Por su posición cercana a nuestro planeta, y por su ausencia de atmósfera, la Luna también es un observatorio privilegiado hacia nuestra Galaxia y todo el Universo.
Estas colonias lunares pronto se librarían de la dependencia material, política, cultural, tecnológica, científica y humana de la Tierra, para ir transfigurando su hábitat —al igual que sucederá en Marte—, dando cabida al acrecentamiento poblacional. En algún momento de su colonización, la Luna declarará su independencia total y romperá su sujeción a las matrices corporativas y a los países del planeta madre. Los núcleos de colonias humanas lunares, independientes política y económicamente de la Tierra y con un nivel técnico y científico superiores a nuestro promedio, serán más diestros que las comunidades y naciones terrestres en allanar la conquista y colonización de Marte y del cinturón de Asteroides, y podrán ser capaces de avituallar y organizar las expediciones hacia el resto del Sistema Solar.
El hecho de que los humanos lunáticos desarrollen su propio programa de colonización del Sistema Solar, podrá conmocionar nuestro geocentrismo planetario, que siempre considera la conquista y colonización del Sistema Solar a partir del planeta Tierra. Estas “avanzadas” de nuestra especie humana —procedentes de la Tierra, la Luna o Marte— llevarán consigo, como un arca de Noé, aquellos ejemplares y semillas y células reproductoras de plantas y animales que ayuden a modificar a nuestro favor la ecología de los diversos rincones del Sistema Solar, y luego de las estrellas cercanas.