Entre todos los blogs que protagonizaran la Tercera Venida de los Anónimos, aquel arranque frenético que prometiera villas y castillas a la blogocosa del 2009, sólo había sobrevivido, al cabo del décimo año del tercer milenio, el Flagelo de Belcebú. Los demás habían desaparecido o espaciado tan enfáticamente sus post que Sherlock Holmes y su ayudante, el doctor Watson, ya los daban por bajas en combate, y eso antes de que su batalla, en propiedad, hubiera comenzado. Únicamente permanecía el Flagelo flagelándose a sí mismo, en una porfía que los investigadores ingleses no podían sino tachar de tragicomedia. “Pero una tragicomedia con visos de desajuste hormonal”, confiaría Sherlock a su lugarteniente, “porque por muy ridículo que parezca el Flagelo su comportamiento también revela una ansiedad relacionada con graves carencias afectivas, y por supuesto, sexuales”.
Por un lado, la esencia soez, desproporcionadamente sucia de los comentarios de Belcebú --el Flagelo era un blog en el que los propios editores hacían de comentaristas, intentando disimular la exigua presencia puntoCON—, revelaba una personalidad atormentada por la soledad y el deseo insatisfecho; por el otro, su insistencia en recrear cuerpos masculinos, musculosos, deseables, en los montajes de sus imágenes, indicaba a Holmes, y Watson estaba completamente de acuerdo, que sobre la edición del bodrio planeaba la alargada sombra de una mujer. Una sombra ardiente y esquizoide, envenenada y furibunda, a la que sólo un amante incondicional podía rescatar del laberinto por el que huía desesperadamente de sí misma.
Que el chavismo estaba detrás del nacionalismo puntoCON, y por lo tanto del Flagelo de Belcebú, era algo que no ponían en duda los investigadores británicos. Faltaba averiguar si la deseosa seguía enmascarada, si eran únicamente dos los editores del panfleto, si uno de ellos era engañado por el otro o si ambos, orgánicamente, trabajaban para el castrochavismo, o pertenecían a alguna facción independiente del ultranacionalismo cibernauta. “Puede que la enmascarada no sea más que una víctima en toda esta historia”, murmuraba al oído de su jefe el doctor Watson, a quien la afligida sombra de la dama de las malas pulgas, a diferencia de Sherlock, le provocaba más lástima que hilaridad o desdén.