por Armando Añel
La mezquindad constituye uno de los males idiosincráticos de la cultura cubana, y en general de la latina. La mezquindad entendida como la incapacidad roñosa de reconocer al otro, no como la tacañería pura y dura de quien es incapaz de dar una propina en un restaurante. Y quizá es en el marco de las artes, de la literatura y la política, donde esta seña de identidad cultural se vuelve más visible.
Si la crítica y la oposición son vitales para el buen funcionamiento de una democracia, con todas las derivaciones que conllevan, el reconocimiento al otro, a sus capacidades, virtudes y logros, es también fundamental. Una cultura donde la mezquindad aplasta o retarda el desarrollo del talento, o la consecución de objetivos individuales, es una cultura condenada al fracaso. Esto se refleja, probablemente, en el retraso económico de las naciones latinas con respecto a las nórdicas, o a las angloparlantes. En estas últimas, el talento es aguijoneado antes que combatido; la crítica, sin dejar de ser aguda, suele concatenar aproximaciones más constructivas, menos miserables.
Una cultura generosa es aquella en la que el individuo, generalmente, ve el vaso medio lleno antes que medio vacío. Lo contrario de una cultura mezquina. La generosidad de las culturas desarrolladas está en la base de su bienestar y pujanza. La mezquindad, por el contrario, suele atraer la crispación en la vida política, y el retraso en el orden económico y científico-técnico. Como ocurre en Cuba.
Y no hay que dejarse engañar. A menudo los mezquinos visten ropaje dadivoso para, precisamente, disimular sus hábitos rapaces. En el ámbito cubano, tal vez la figura que representa mejor esta clase de comportamiento es el propio Fidel Castro, espléndido en la “donación” a otros países mientras en el suyo mantiene un sistema de apartheid que privilegia a los extranjeros sobre los nacionales; capaz de enviar cientos de médicos a tres continentes al tiempo que permite la muerte de miles de compatriotas por epidemias evitables. Pero en el exilio también pululan infinidad de mezquinos. Y en la blogosfera.