
El caballo de naipe (artículo publicado en La Nación el 5 de diciembre de 1916)
Gobernar es interpretar el espíritu de un pueblo. No gobierna quien no provee a interpretar. Nosotros vivimos del revés. El pueblo interpreta al gobernante. Provee a los egoísmos, a la frivolidad, a la insuficiencia del gobernante. Sirve, en vez de ser él servido. La aplicación del régimen democrático no ha llegado, todavía, entre nosotros, a la médula constitucional. Porque la forma cuidada no corresponde a la entraña imperfecta. Nuestra infancia de pueblo nuevo está aún tocada de la decrepitud colonial de un pueblo viejo. Junto al retoño de hirviente savia, la encina añosa con su tronco ennegrecido y seco. La libertad abre la brecha y los separa. La encina intenta aún prevalecer sobre el retoño; y no lo gobierna propiamente porque carece de la capacidad de interpretarla.
Nuestro tiempo es tiempo para hombres nuevos, aconsejados e influidos entre sí, a la sombra de una sola bandera posible: progresar. Progreso es, en este caso, civismo. Porque en busca del civismo fue la Revolución y a cosechar sus frutos la República. Las dos corrientes primordiales para ir libres al futuro, son la realidad y el ideal. Se quita la realidad y el ideal nos aturde. Se quita el ideal y la realidad nos detiene. […] Mover todas las fuerzas activas de la república, actuar siempre dentro de la soberanía nacional; y no se convertirá el peligro hueco en maza sólida desprendida sobre la patria inerme. No hay caballo de naipe que pueda contra toda la baraja, si permanece sereno el entendimiento y está sano el corazón.
De la serie Pensamientos Cubanos, de Enrique Collazo