por José Luis sito
Tantos años de inversión, tantos cálculos, tantas reuniones en las oficinas oscuras del partido único. Tantos esfuerzos para incrementar el capital de simpatía, producir inclinación, suscitar aprobación y apoyo. Tantas maniobras, tanto amaño, tantas astucias, tantas estratagemas y falsas sonrisas dedicadas a sacar rendimientos y a extorsionar intereses. La compensación ya estaba asegurada, la rentabilidad se había sobre-multiplicado. La línea de progresión de los resultados superaba todas las previsiones. El mercado de los valores castristas se encaramaba en su cúspide.
Los cómplices inversionistas se abrían paso a codazos, corriendo hacia La Habana para estrechar las manos del padre de todas las revoluciones, ahora un abuelito conmovedor. Las fotografías con el Duce revolucionario, autenticadas con el sello mítico de la “revolución cubana”, eran mercancía con un valor de cambio incalculable. El fondo común de inversión, establecido entre la dictadura castrista y estos colaboradores, socios y copartícipes, el día 22 de febrero del 2010 alcanzaba un valor de liquidación y un rendimiento máximo que ningún algoritmo podía concebir. Se esperaban porcentajes de rentabilidad con márgenes altísimos y costes casi nulos.
Cuánto batallaron los castristas para impulsar la economía simbólica y llevarla a este punto de plenitud, un ejercicio vital para mantenerse en el poder. Cuánto especularon y cuánto lucro obtuvieron, que parecía que nada podía detener su ascensión vertiginosa, fastuosa.
El horizonte estaba despejado, los ingresos y las rentas asegurados. Las expectativas jamás habían sido tan positivas, afincadas en la confianza de los asociados, útiles compañeros, interlocutores y demás inversionistas. Los beneficios futuros se esperaban considerables y perfectamente distribuidos en el tiempo. El capital simbólico, la imagen positiva del castrismo, había crecido gigantescamente, como las habichuelas mágicas de Periquín, hasta tocar las nubes.
Y crack. El 23 de febrero, con el asesinato de Zapata Tamayo, el andamio de las apariencias, de la simulación y de la mentira se desmoronaba. La economía simbólica castrista revelaba lo que en realidad era y escondía: una henchida ampolla, infecta. Cuando la bolsa reventó, todo el pus, la infección, la purulencia, la secreción nauseabunda, toda la podredumbre del castrismo se desparramó.
Es esta la historia de la dictadura, un edificio imaginario, ficticio, ilusorio, inventado y supuesto. Ciclos de la mentira y del simulacro que revientan con regularidad, episodios espantosos que jalonan toda su criminal y mortífera existencia.
Entonces, no nos hagamos ilusiones, la dictadura secará sus pústulas, los salpicados se lavarán cuidadosamente y otra crisis cíclica, otra mentira purulenta, brotará de nuevo del castrismo.
La pregunta sigue siendo la misma: ¿Qué hacer para romper definitivamente el ciclo hediondo y perverso del engaño castrista?