por Delio Regueral“Condenadme, no importa, la historia me absolverá”, dijo Fidel, y al concederle el perdón el hechizo invirtió la profecía. Hoy más bien la historia los condena, ya ni siquiera pueden, aunque quisieran, facilitar la transición, imponer la democracia.
Las manchas de las que habla Pablo Milanés, en el sol naciente de 1959, son de sangre, de oportunismo, de traición, de avaricia. Y no lo son sólo en el sol: también manchadas con sangre indeleble llevan las manos, la memoria, la retina. La historia los condena a morir en el poder para no morir en el paredón. La historia los condena a buscar y rebuscar una vía a la eternidad, y no encuentran más callejón que el que no tiene salida.
También dijo Fidel: “Tiemblen los tiranos ante hombres que son capaces de morir por sus ideas”. Y hoy son él, si le queda algo de conciencia, Raúl y todos los cómplices activos de la cofradía fidelista, los que tiemblan y reorientan sus esfuerzos hacia la avaricia, mientras relocalizan sus fortunas e hijos en un destierro por ahora placentero, impuesto por la historia que los re-condena.
Hoy el mundo es menos verde y más pequeño, como casa de muñecas. Con fachada, mas sin patio ni trastero ni sótano ni buhardilla donde comprar tiempo, el que todo lo olvida. Ya el mundo es tan pequeño que no tiene espacio para el olvido. Y el perdón que se los dé Dios, el mismo que iluminó tanto odio y miseria, tanta diabólica cofradía y cegó tanto calabozo tapiado, único techo de hombres y mujeres a los que no pudieron doblegar.
Hoy el mundo despierta de su idílico ensueño y le espanta el despertar. Hoy, con los ojos como platos, no puede creer ni su propia ceguera. Menos la creerá cuando se exhumen las atrocidades sepultadas en la fosa común de la historia del sol naciente en 1959.
