Yo estoy afuera con mi familia gracias a que pertenecía a la UNEAC. Si no llego a tener el “estatus”, ni soñar con sacarlos (niños incluidos) con el cuento de la colaboración cultural. Estar en la UNEAC es, al nivel de los intelectuales, lo que la UJC o el Partido es para la masa popular, es decir, estar cubierto y que los cabrones no te pongan tanto el pie encima. No me gusta que se hable de los miembros de la UNEAC como si fuesen corderos, como si todos hubiesen sido Miguel Barnet, que ahí hubo y hay de todo, tracatanes y gente seria, chivatones y valientes, como en todas las organizaciones de Cuba, gente que sobrevive en una sociedad con doble moral.
Los que no pertenecieron pueden decir lo que quieran, que para eso es la libertad de expresión. Yo pertenecí, como tantos otros que tuvieron su “crecimiento” según el análisis más o menos subjetivo de los que están a cargo, y con un currículum digno como el de cualquiera. Pagaba mi cotizacioncita y garantizaba las puertas abiertas para ir y venir, pero jamás firmé declaraciones ni nada de eso, y no fui el único ni mucho menos que dejó de hacerlo.
¿Acaso hice mal en aprovechar el filón que me daban con las facilidades de trámites migratorios? ¿Acaso soy un indigno por sacar lasca de aquellos privilegios? ¿Qué habría ganado sino galones de comemierda por renunciar a la UNEAC y quedarme a envejecer en un país caótico, ya que decidí alejarme y criar a mis hijos fuera de la locura?
No le pido a nadie que renuncie, como no pido a otros que entreguen el carné del partido si eso les va a traer problemas a su persona, o a sus familiares.
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