por Delio Regueral
Me voy a poner grosero. Quiero alejarme de lo políticamente correcto, que deforma a diario la realidad, y ofender abiertamente. De la peor forma posible cuando me refiero a la ofensa y de la mejor cuando a su objeto, a aquellos que cobardemente osan denigrar la imagen de quienes son capaces de dar hasta la vida por un ideal.
Quiero además que tal ofensa llegue a sus progenitores, cónyuges y descendientes no por culpables, sino para que se entienda como auténtica la honesta intención de ofender a los cobardes, vendidos miserables, capaces de a barriga llena ignorar el hambre como metralla en los límites del honor. Al que le sirva el sayo que se lo ponga.
Son tantos los innombrables que no invertiré esfuerzo alguno en teclear con sólo dos dedos sus nombres. Sólo tecleo sus títulos calificativos. Coprófagos, hijos de adúlteras, homosexuales de marcha atrás de la finca Vitorino, cizañeros venenosos del Edén, discípulos de Fouché, maestros de Judas, amamantados por la ubre de Maquiavelo. Contentos de tragarse el alimento a satisfacción del proveedor.