por Armando Añel
Se cumplen hoy siete años de los sucesos de la llamada “Primavera Negra de Cuba”, cuando alrededor de 75 opositores y periodistas, sólo por disentir abiertamente, fueron detenidos, encarcelados y juzgados sin garantías procesales por el régimen de los hermanos Castro. Aún permanecen en la cárcel más de cincuenta de ellos, algunos de los cuales conozco personalmente, como es el caso del buen periodista y auténtico liberal Héctor Maseda, hombre de bien donde los haya, dentro y fuera de prisión.
En el marco de estos siete años de injusto encarcelamiento ha tenido lugar, al menos cosméticamente, un relevo de poder en Cuba. Un relevo que exacerbó esperanzas infundadas, porque vino a ofrecer más de lo mismo. Las reformas tantas veces invocadas por quienes se aferraban a un cambio de régimen (el raulismo), ya se sabe, fueron “profundísimas”. Por ejemplo, la monarquía castrista –como se ha visto, en Cuba el poder se hereda— permitió a sus súbditos comprar hornos microondas, incluso a crédito. Por ejemplo, la plebe pudo adquirir medicamentos en más de una farmacia –antes sólo tenían una asignada—, y si nunca aparecieron dichos medicamentos no importa, al menos a los cubanos les fue posible rastrearlos en más de un establecimiento. Por ejemplo, el gobierno tuvo a bien autorizar a la población a que accediera a teléfonos celulares –claro está que en la moneda con que no le paga ese mismo gobierno—, milagro que se formalizó “mediante contrato personal en la modalidad de prepago”. No hace falta seguir, mucho menos cuando el horno cubano no está para bromas de corte surrealista.
Estas fueron las claves de la “transición cubana”, que diría el inefable Miguel Ángel Moratinos. Y sus coordinadores sólo engañaron a quienes deseaban ser engañados. Ricardo Alarcón, presidente de la llamada “Asamblea Nacional del Poder Popular” –en Cuba la monarquía en funciones insiste en que el poder está en manos del pueblo—, aseguraba por aquellas fechas que las rectificaciones continuarían, pero en la dirección de perfeccionar el socialismo: “Fidel fue el primero que planteó las dificultades y necesidades de perfeccionar esta sociedad, y siempre tomaremos en cuenta su consideración”. Una vez más, el oficialismo nos recordaba, nos recuerda, que supuestamente el problema no es el sistema, es el hombre. Así que, dado que el revolucionario del futuro proyectado por el castrismo aún precisa algunos ajustes, cabe armarse de paciencia y esperar. No hay hombre nuevo que tarde cien años, ni cuerpo que resista tan exhaustiva incubación.
Latinoamérica, y en buena media España, no se percatan, ciertamente, pero ya es hora de que abandonen sus falsas expectativas –incluyendo la de posicionarse con ventaja una vez sobrevenga el cambio de régimen— y abran una ventana a la realidad. Ya está bueno de pasar la mano sobre el lomo de Raúl Castro. El hermano menor se ha limitado a aprovechar el margen de maniobra que cándidamente le ha proporcionado la comunidad internacional, porque lo suyo, una vez frente al timón, era ganar tiempo a dos bandas: paliar en alguna medida las carencias materiales más agudas de la población y marear las perdices europeas y latinoamericanas. En la larga espera, aquellos que apostaban por que descansara en paz la antigua generación, la que edificó el despropósito todavía conocido como “revolución cubana”, se han cogido el trasero con la puerta.
La vieja guardia reaccionaria sigue viva –la ya legendaria cámara hiperbárica a la que, según se dice, se entrega a diario Fidel Castro, ha conseguido retrasar la solución biológica— y, entretanto, la emergente sociedad civil cubana supera el compás de espera con su vanguardia inmolándose frente al altar de la indiferencia latinoamericana, y de la España socialista. Se ha inmolado el opositor Orlando Zapata Tamayo, tras 85 días en huelga de hambre, y va por el mismo camino el periodista Guillermo Fariñas. Siguen muriéndose los que deberían vivir: siguen vivos los que deberían morirse. La Primavera Negra no escampa.