google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Unos orígenes criminales

miércoles, 17 de marzo de 2010

Unos orígenes criminales

por José Luis Sito

Con el asesinato de Orlando Zapata Tamayo, la dictadura totalitaria cubana no comete el primer crimen de su larga y terrible historia. Por desgracia, no es este hombre el primer torturado y martirizado, como tampoco el único prisionero político encarcelado por los hermanos Castro. La tiranía castrista es, desde su comienzo, una fría máquina de matar, un sistema represivo, una pulsión de muerte que no ha cesado nunca de engrosar la lista de sus crímenes.

El 11 de diciembre de 1964, Ernesto Guevara declaraba en la ONU: “Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba”. Los “gusanos” a los cuales se refiere este médico son todos los seres humanos que en la isla disienten o emiten el menor desacuerdo con la dictadura, y cuyo “resultado” final, por esa razón, puede conducirlos a la muerte. Pero, por si alguien tuviera dudas sobre esos crímenes disfrazados de fusilamientos, el cubano-argentino añade rápidamente: “Pero, eso sí, asesinatos no cometemos”.

El castrismo siempre tuvo una única y constante preocupación: esconder sus crímenes. El fusilamiento fue, y es, una de las formas disimuladas que eligieron los castristas para asesinar civilmente, sin ser acusados de asesinos. Una ejecución simple, limpia, militar. Así mataron a tres jóvenes en el 2003, como escarmiento, por el banal delito de haber intentado huir del infierno. Asesinar lentamente en las cárceles o exiliar del resto de la sociedad fueron otras de las múltiples formas silenciosas que utilizó y utiliza el castrismo para eliminar al enemigo “contrarrevolucionario”. En algunos casos, cuando la evidencia salta a la vista, el totalitarismo cubano reconoce sus crímenes, pero siempre como cometidos por otros. Zapata Tamayo fue asesinado, pero no por ellos, sino por los Estados Unidos, el imperialismo, el capitalismo, etcétera.

Estos crímenes enmascarados no empezaron en 1959, con las miles de personas ejecutadas a balazos en la Cabaña por el “guerrillero heroico” y sus secuaces. Fue ya en la Sierra, formando un ejército personal de pobres campesinos, cuando los hermanos Castro y sus seguidores inauguraron la ola de crímenes que caería durante 50 años sobre Cuba.

Son conocidas por los historiadores, y muchos testimonios lo atestiguan, las ejecuciones que Raúl y Fidel Castro, Ramiro Valdés o Guevara perpetraron en los campamentos después de juicios sumarios. Se imponía la ley de una justicia despiadada y violenta, hasta el punto de perpetrar simulacros de fusilamientos para atemorizar a la tropa.

Este no era un estado de excepción intelectualizado, fundado en filosofías políticas al estilo de las de Carl Schmitt o Walter Benjamin, y coloreado con pensamientos de Giorgio Agamben. Era, más prosaica y pragmáticamente, el uso de métodos expeditos y violentos, conformes a individuos dispuestos a matar sin reparo ni remordimiento alguno para conseguir sus fines. Individuos ahogados en ideologías y retóricas mortíferas que culminaron imparablemente en un régimen criminal. La dictadura totalitaria castrista es una fábrica del crimen.

Los gérmenes criminales ya estaban cultivándose en sus orígenes. La fundación del castrismo, como todas las dictaduras, está sustentada en la violencia, el crimen y la violación de los más elementales derechos humanos.

Aún después del asesinato de Zapata Tamayo, los calabozos de los hermanos Castro siguen repletos de hombres y mujeres cuyo único delito ha sido encontrarse en la trayectoria de los Castro, haber nacido después de una falsa revolución. Pero una supuesta revolución con crímenes auténticos, sobre seres humanos de carne y hueso.

El inmenso engaño, la gigantesca falsificación de la dictadura totalitaria castrista, ha sido precisamente esconder sus crímenes bajo el amparo de la llamada “revolución cubana” y sus ilusiones. Los crímenes cesarán únicamente con la desaparición de la dictadura, y ésta no desaparecerá únicamente dándose a conocer sus crímenes, sino cuando el pueblo cubano eche a andar y reclame su libertad.

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