por Armando Añel
Decía en un comentario dejado en Salcedo Diario que lo de nuestra idiosincrasia autodestructiva es asunto viejo. Probablemente se trata del mayor obstáculo que enfrentan quienes aspiran a construir una democracia moderna en Cuba --una verdadera democracia—. Obstáculo superior, a mi modo de ver, al de la represión castrista o el desprecio de la comunidad internacional.
Pregunta relacionada: ¿No será ese desprecio un resultado de, entre otras cosas, el lamentable espectáculo que acostumbramos a brindar en el exilio, y del que la blogosfera es un espejo cotidiano? Si no nos respetamos ni apreciamos entre nosotros mismos, ¿cómo vamos a pretender que los demás lo hagan?
El desprecio de la comunidad internacional y la represión castrista pueden diluirse, en cualquier caso, en un número relativamente breve de años. Pero lo de la idiosincrasia autodestructiva se me antoja un obstáculo mucho más complejo y escurridizo. Al enfrentarlo supuestamente se hiere, aun indirectamente, el nacionalismo de pacotilla que tanto daño ha hecho a los cubanos, y contra eso siempre es difícil batallar. Casi como nadar contracorriente.
No nos respetan porque para algunos en el exilio es más fácil embutirse en un sillón y dedicarse a criticar sistemáticamente, de manera soez y destructiva, a todo el que da un paso adelante o tiene una iniciativa --algo que ya se ha vuelto costumbre entre ciertos actores de la blogosfera cubana—, que emprender algún proyecto de utilidad general.
No nos respetan porque algunos de esos actores sienten que se están quedando atrás, mediáticamente hablando, y su amargura --respuesta sicológica, o especie de mecanismo de defensa ante lo que perciben como una pérdida de protagonismo— nos desdibuja, metiéndonos a todos en el mismo saco a los ojos del extranjero despistado. Presentándonos, a los cubanos, como un atajo de envidiosos, escandalosos y tontos útiles.
No nos respetan por el inconfundible “aroma a peo embotellado” que despiden esos mismos tontos útiles que desde el exilio tienen la osadía de mofarse de un hombre que hace huelga de hambre en Cuba (como es el caso de Guillermo Fariñas, por ejemplo). Y quizá, también, porque frases tan pueriles como la que entrecomillo al inicio de este párrafo no llaman a respetar, precisamente, a los exiliados, dizque escritores –por lo de los libros publicados—, que las conciben y hacen públicas.
Lo terrible es que incluso gente que perteneció a la disidencia y el periodismo independiente en Cuba –no oportunistas que se aprovecharon de las facilidades que les brindaba el régimen y ahora pretenden hacerse pasar por furibundos anticastristas en el exilio—, y que por tanto conoce de primera mano las condiciones de indefensión en que subsisten quienes en la Isla se enfrentan abiertamente a la dictadura, se presten a engrosar el circo del ataque a la oposición interna y la embrionaria sociedad civil cubana. Una cosa es la crítica objetiva, o la respuesta a un ataque puntual, y otra la maledicencia pura y dura, y sostenida.
No son los hermanos Castro el problema mayor, señores acomplejados, envidiosos, intolerantes, mezquinos, petulantes, chapuceros. El problema mayor es el Castro que ustedes mismos llevan dentro.